Los Reyes a caballo

Son estos Magos del Oriente quienes hoy se encaminan al corazón intacto y generoso de la infancia

Este año los Reyes Magos llegarán en sus carrozas motorizadas, como el año anterior vinieron por el aire, en un sigiloso aeróstato, nieto de aquellas naves que idearon los hermanos Montgoflier en el XVIII del Ancien Régime, y que atemorizaron a los paseantes de la Europa ilustrada. Antes, como sabemos, los Magos del Oriente han venido en camello, desierto adelante, bajo la misteriosa guía de una estrella errabunda. Sin embargo, esto de los camellos es cosa moderna. Vale decir, nacida con la modernidad, al filo del XV, que es cuando el hombre empieza a tener noticia fidedigna de animales y pueblos, difuminados secularmente por el mito. ¿Y cómo se representaba entonces a Sus Majestades orientales, antes de que llegaran embutidos entre las córcovas de un camello o señoreando la cima impar de un dromedario? Pues caballeros en sus caballos, y trayendo a la mano el cofre con la ofrenda exigida: oro, incienso y mirra.

Así aparecen en el maravilloso tímpano de la capilla Corticela, la capilla para extranjeros de la catedral de Santiago de Compostela. A la izquierda, las caballerías en descanso; y más hacia el centro, en dirección al Niño, los Reyes descabalgados y oferentes. También en las varias versiones que Botticelli tiene de la Adoración de los Magos es el caballo quien transporta la regia carga. Sin embargo, en Fra Angélico, en la predela que acompaña a su Anunciación, los Reyes han llegado a Belén por ambos medios, a caballo y en camello, y ambos irreprochablemente representados. Cosa que no puede decirse, por ejemplo, del Bosco y Memling, hombres del norte, donde no hay cabalgaduras. Y en menor modo en el Giotto, en su extraordinaria Adoración, sobre la que fulge un cometa, y donde el camello/dromedario aparece bien figurado, pero con las orejas y el flequillo de un asno.

Mediado el XVII, Murillo pintará unos espléndidos dromedarios, en su Rebeca y Eliecer, fruto de unas ilustraciones fiables. Recordemos aquella estampa de Durero, de 1515, donde el artista alemán graba de oídas el dibujo, un tanto libre, de un rinoceronte indio, llamado Ganda, y que fue regalo del sultán de Guyarat al rey Manuel I de Portugal. En fin, digamos, para terminar, que los soberbios camellos de Rubens vienen ya impuestos del misterioso orgullo de un príncipe oriental. Sea, pues, en un transporte u otro, son estos Magos del Oriente quienes hoy se encaminan al corazón intacto y generoso de la infancia. Que una estrella los guíe y vele, de algún modo, por todos nosotros.

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