La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

Restaurar no es disecar

Al final quien está en su lugar, comportándose y vistiendo como le dé la gana, es el turista. Y el raro, el que reza

Leo en este diario que el Salvador fue uno de los monumentos más visitados el año pasado; y que desde que el Cabildo Catedral lo explota el número de visitas ha aumentado un 41%. El destino de la antigua iglesia del Salvador no es tan distinto al del convento de Montesión cuando los franceses lo convirtieron en cuartel y almacén, después Mendizábal lo desamortizó y, tras los usos más diversos, acabó como Archivo de Protocolos Notariales. No es tan distinto al del convento de la Merced, convertido en Museo de Bellas Artes, o al del convento Casa Grande del Carmen de la calle Baños, usado por los franceses como cuartel, con la cuadra en la iglesia, y tras la desamortización de Mendizábal convertido otra vez en cuartel. No es tan distinto al de la Cartuja de las Cuevas, convertida primero en cárcel y después en fábrica de loza, o al del convento de Regina Angelorum, convertido por los franceses en cuartel, desamortizado en 1835 y convertido en fábrica de sombreros, corral de vecinos y almacenes hasta su derribo.

Porque el Salvador ha acabado convertido en museo de pago a tiempo casi completo y lugar de culto a tiempo parcial restringido al mínimo. Si un José I Bonaparte, un Mendizábal o un Espartero hubieran hecho con el Salvador lo que sus legítimos propietarios han hecho, se hablaría de desamortización. Una hora al día como templo y el resto como museo, siguiendo el esquema aplicado a la Catedral, gigantesca alcancía gótica que suma más de dos millones de visitas anuales. Es cierto que con los dineros obtenidos se restauran y conservan ambos templos y algunos otros, además de ayudar a diversas necesidades de la diócesis. Es cierto que, a diferencia de las desamortizaciones históricas, se trata del uso que su propietario, en el disfrute de su derecho, quiera darle. Pero no por ello es menos cierto que el destino final de la Catedral y el Salvador ha sido el de acabar convertidos más en museos que en templos. Y creo que no son usos compatibles. O lo uno o lo otro. O museo de pago o templo gratuito.

Una cosa es que un templo esté abierto a todo aquel que lo quiera visitar como monumento y otra muy distinta que se cobre para entrar en él. Porque al final quien está en su lugar, comportándose y vistiendo como le dé la gana, es el turista: quien paga, manda. Y quien ve restringido su acceso y se siente fuera de lugar si va allí a rezar es el fiel o devoto.

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