Resistencia

Para ir más allá hacen falta bajas, sangre a la que rendir homenaje en los memoriales de la nación liberada

Después de reñirles a los policías autonómicos por no tratar con delicadeza a los patriotas que les lanzan vallas, el indescriptible señor que preside el no gobierno de la proclamada y suspendida república catalana se fue el otro día a un monasterio, el mismo donde los nazis buscaron el Grial, a hacer una heroica huelga de hambre de dos días, es de suponer que amigablemente atendido por los benedictinos que custodian uno de los santos lugares de la tradición nacionalista. El ayuno, aunque de duración ciertamente modesta, se suma a la cadena de abnegados sacrificios que los dirigentes del proceso están ofreciendo por la causa, pero el prócer ya ha anunciado -el que avisa no es botifler- que la independencia puede requerir otros mayores. Su consejero de interior, a quien nadie podrá acusar de haber leído a Clausewitz, no parece el hombre más adecuado para preparar la ofensiva final, pero por suerte están los bravos comités de defensa -patria o muerte, venceremos, el capitalismo españolista tiene los días contados- que tan eficaces se han mostrado en ahorrarles a los automovilistas el coste del peaje. Es bonito ver a los monjes, a los diputados, a los patronos hermanados con la vanguardia revolucionaria, un perfecto paradigma de transversalidad aplicada a la lucha por la libertad del pueblo oprimido, y si las cosas se ponen feas no se descarta que el presidente haga un tercer día de ayuno. Quizá su antecesor, el del dorado exilio en Waterloo, podría contribuir con otro gesto, no beber cava en Navidad, por ejemplo, o prescindir de la bufanda amarilla en el frío invierno belga. En las barricadas, desde luego, no vamos a verlos, ni a los monjes ni a los diputados ni a los patronos que como de costumbre -se ha dicho con razón que la asonada tiene un aire posmoderno, pero hay cosas que no cambian nunca- se limitarán a enardecer a las masas mientras ellos, reprimiéndose las ganas de entregar la vida en el empeño, se mantienen cautelosamente a resguardo. Ya han conseguido dividir a la sociedad catalana en dos mitades irreconciliables y envenenar al país entero, que no es pequeño logro, pero comprenden que para ir más allá hacen falta bajas, verdaderos mártires, sangre a la que rendir homenaje en los memoriales de la nación liberada. La hora lo exige y no caben remilgos, hay que aprovechar el fervoroso entusiasmo de la clase de tropa y su disponibilidad para asumir consecuencias sin duda dramáticas, pero llegados a este punto ineludibles. Para dar ejemplo e insuflar aliento a los luchadores, el mortificado presidente podría plantearse un cuarto día de ayuno o pedirle al fugado -estremece pensarlo- que no se ponga el abrigo en Nochevieja.

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