Hace ya algunos años, mientras paseaba por las calles de Nueva York, pude comprobar que el ayuntamiento de la ciudad había plantado en sus jardines flores rojas, amarillas y moradas. Justo en ese orden tricolor. Claro, hice unas cuantas fotos. Era el mes de abril y no dejaba de ser curioso que esos tres colores, que en España generan tanto debate, en Estados Unidos solo tuvieran un mero valor estético y decorativo. Para mayor ironía, por aquel entonces, reinaba Trump.

La política, mal que nos pese, siempre opera en el terreno de lo simbólico. Mientras que en España esos tres colores se asocian a la república y la república se asocia, con evidente ignorancia politológica, a las ideologías de izquierda o extrema izquierda y, recientemente, a un apresurado concepto de independencia, en Estados Unidos no significan absolutamente nada y el republicanismo, por el contrario, evoca conservadurismo y derechización. Ya sabemos cuándo se repartieron las etiquetas, pero, desde el punto de vista filosófico, no son más que etiquetas. Y por más que en un determinado momento de la historia estas asociaciones de ideas hayan cristalizado, el problema no resiste ni un solo asalto intelectual.

Hay, en el fondo, una gran inocencia al considerar que un régimen republicano conduce indefectiblemente al progresismo y la justicia. Casi tanta como considerar que es un sinónimo de comunismo o que, en pleno siglo XXI, un régimen de monarquía parlamentaria comporta la reacción. Hay tantos ejemplos alrededor que solo hay que dirigir la mirada hacia ellos y calibrar la fragilidad de algunos discursos. Y esto sucede, seguramente, porque la preservación de la libertad, la justicia, la igualdad o los derechos individuales y colectivos depende hoy mucho más de los valores que informan cada régimen o de los partidos políticos que los gestionan que de su forma jurídica o constitucional.

Sobrepasar los contenidos simbólicos y emocionales de la política supone un sobresfuerzo para una ciudadanía y una clase política acomodada en la demagogia. Si ya algunos se resisten a revisitar nuestra guerra civil, ¿cómo pedirles que reflexionen sobre la conducta de la monarquía anterior a ella o que retrocedan unas cuantas décadas y desempolven ese republicanismo plural y cívico que caracterizó a la España del siglo XIX? Más aún, ¿cómo pedirle a nuestra sociedad que, sea cual sea el régimen que defienda, anteponga a él los valores de la res publica, aquellos que el pensamiento de la edad moderna codificó como defensa de lo público, de la igualdad, de la libertad, de la tolerancia y de la justicia?

De todas formas, como los símbolos están ahí y los símbolos alimentan la emoción política dejando arrinconada a la razón, más vale ir buscando refugio.

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