Al sur del sur

Javier Chaparro

jchaparro@grupojoly.com

Rehenes de Rabat

Solo gana la soberbia de su monarca y de una élite depredadora cada vez más alejada de su pueblo

Daba la impresión de que los primeros marroquíes llegados el pasado viernes a Tánger-Med, procedentes del puerto de Marsella, habían sido agraciados con un premio de lotería. La alegría del reencuentro con los suyos, tras estar alejados durante toda la pandemia, era causa más que justificada para el alborozo. El reverso de esa imagen lo compone la enorme decepción que sufren muchos de sus compatriotas, centenares de miles, que, por el momento y por segundo verano consecutivo, no podrán viajar a su país. La causa es la negativa del Gobierno de Mohamed VI a restablecer las conexiones de los ferris de pasajeros entre los puertos marroquíes y españoles. Ni tan siquiera ha dado explicaciones de su decisión, aunque nuestra diplomacia se esforzase inicialmente en querer llenar ese vacío de respuestas expresando que todo era debido a las tasas de contagio de Covid-19. De sobra sabíamos que no es así.

El régimen marroquí ha cerrado sus puertos a España como castigo por su posición en relación a la soberanía del Sáhara Occidental (en verdad, el Gobierno de Sánchez tan solo se ha mostrado partidario de un estatuto de autonomía saharaui, no por la independencia) y por haber dado asistencia sanitaria al líder del Polisario, Brahim Gali. Dos pecados capitales, por lo que se ve. Los efectos del boicot de Marruecos se traducen en pérdidas millonarias para las navieras y también de centenares de empleos, especialmente en el Campo de Gibraltar. Las alternativas ofrecidas por Marruecos, por medio de barcos que parten desde Francia, Italia y Portugal, son difícilmente asumibles por su alto coste (entre 1.000 y 500 euros por familia) para la inmensa mayoría de las personas que cada año cruzaban el Estrecho, por lo que son ellas las primeras damnificadas, rehenes de las decisiones de Rabat. Tan solo en Algeciras hay censados 10.000 ciudadanos de origen marroquí a los que se les impide cruzar el Estrecho en poco más de media hora de viaje.

El autoaislamiento de Marruecos carece de sentido. Su decisión, con premeditación y alevosía, de alentar en mayo pasado el asalto de 10.000 personas -muchas de ellas, menores de edad- a la frontera con Ceuta se ha encontrado con el rechazo duro y unánime de la UE, cuyos miembros empiezan a paralizar los fondos de cooperación con el país vecino. Alemania ha sido el primero en alinearse con España y dejar congelados 1.400 millones de euros en ayudas a Marruecos, que tampoco ha encontrado esta vez en Francia a su tradicional aliado. La posición marroquí genera mucha desconfianza y ni favorece que lleguen nuevas inversiones ni que el turismo pueda comenzar a rebrotar una vez que la pandemia haya remitido. Solo gana la soberbia de su monarca y de una élite depredadora cada vez más alejada de su pueblo.

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