Regeneración

Importa recuperar, frente al pesimismo desengañado, la saludable voluntad de intervención en la vida pública

Algo avanzó él mismo en estas páginas y no ha dejado nuestro Alberto González Troyano, siempre generoso e inquieto, incansable buscador de excusas que le permitan prodigar los brindis con los amigos, de darle vueltas a la idea de abordar el legado del regeneracionismo desde una perspectiva contemporánea, por más que tanto el concepto como el momento al que remite -aquella lejana España de entre siglos, antes y después del Desastre- parezcan de una época remotísima cuyos problemas, al menos a primera vista, poco tendrían que ver con los actuales. Heredera en parte de las nobles propuestas de la Institución Libre de Enseñanza, semillero de muchos de los principios que han dado forma a nuestra mejor tradición política, un ancho cauce en el que caben y confluyen los espacios liberal y socialista, el obligado respeto a las libertades individuales y la irrenunciable aspiración a la justicia social, la idea de regeneración tuvo especial incidencia en los inicios del siglo pasado, con un significado variable y por lo general referido a un deseo de modernización que se oponía a los vicios derivados de inercias seculares, no siempre a las tentaciones autoritarias. Ese deseo ya estaba en la obra de don Francisco Giner, padre del ideario institucionista, una especie de santo laico que sedujo, como escribiera Antonio Machado, a "toda la España viva, joven y fecunda", que fructificó en distintas generaciones al amparo de su pedagogía humanista, convencida de los beneficios de la instrucción en un país semialfabetizado que había descuidado las aulas hasta extremos lamentables. Pero debemos a otro discípulo de Giner, Joaquín Costa, la formulación del regeneracionismo propiamente dicho, ya entonces ambigua como demuestra el hecho de que encontrara eco en autores de muy diferentes sensibilidades, incluidos los partidarios literales de ese "cirujano de hierro" que algunos creyeron identificar en la figura de Primo. Otros, por el contrario, recogieron sus famosos lemas "escuela y despensa" y "doble llave al sepulcro del Cid" -feliz imagen con la que el nuevo patriotismo mostraba su distancia de la retórica de cartón piedra- en una dirección republicana. Ni el diagnóstico ni las contradictorias soluciones de los regeneracionistas, que ya antes de la guerra parecían cosa de otro tiempo, pueden ser aplicados a las circunstancias actuales, pero es verdad que hay problemas recurrentes -la enfermiza falta de autoestima, el menosprecio de la educación, la ínfima calidad de la clase política- que por desgracia no han perdido actualidad. Importa recuperar, frente al pesimismo desengañado, la saludable voluntad de intervención en la vida pública.

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