Reformas en San Roque

Mi pueblo ha sufrido un largo deterioro por mor de las actuaciones de técnicos y regidores

Al saber que los regidores sanroqueños proyectan actuaciones en el casco histórico de su ciudad, se me ha encogido el corazón. ¡Dios mío, que lo dejen como estaba! es lo primero que habría dicho si hubiera asistido a los prolegómenos de las decisiones tomadas sobre el particular. Como a Bogart y a la Bergman -el duro Rick y la deliciosa Ilsa- en Casablanca, que suspiraban por París en el tiempo revuelto que estaban viviendo, yo refugio mi nostalgia en la calle San Felipe. Ahí contemplo esos maravillosos cierros y esas estrechísimas aceras, ese adoquinado, que es como el de mi infancia en la calle Real de Algeciras, y esos portales que conducen a patios como el de mi casa. He sufrido tanto las mejoras en el paisaje urbano de mi pueblo, que me estremezco cuando me las anuncian en cualquiera de las ciudades que, como San Roque, forman parte de mis vivencias más queridas.

San Roque es una ciudad con posibles, una de las que más recursos tienen para fortalecer su esqueleto urbano. Sin embargo, en el casco histórico no hay donde alojarse, no obstante ser un espacio acogedor y albergar su término uno de los polígonos industriales más importantes de España. Es paradójico que en el corazón del dinamismo económico del Campo de Gibraltar, no haya ni siquiera un hostal en el que permanecer unos días o un lugar en el que celebrar encuentros de negocios. Las calles, las cuestas, los callejoncillos, las esquinas de ese paraíso urbano que es el San Roque histórico necesitan cuidados, limpieza y mucha atención para que se conserve como está y sea disfrute de propios y extraños. Reformas, las mínimas.

Reconozco mi hipersensibilidad ante estas iniciativas. Se debe a mi condición de algecireño. Mi pueblo ha sufrido un largo deterioro por mor de las actuaciones de técnicos y regidores. Los unos diseñando o permitiendo que la fealdad nos inunde y los otros propiciando que las calles se transformen en lenguas de asfalto entre paredes sin alma. La calle Real, mi calle, era como la de San Felipe. Véanla, compárenla con lo que fue, recurriendo a las fotografías antiguas que circulan por estos pagos, y díganme si es posible hacerlo peor. Déjenme subir desde la Alameda hasta la iglesia, por la acera estrecha de San Felipe, dejen en paz a la plaza de Santa Ana, mantengan limpios y confortables los espacios y cuiden las barriadas, que son siempre las grandes olvidadas del sistema.

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