tiempos modernos

Bernardo Díaz Nosty

Reforma sin consulta

EL marcador del Congreso, con el verde de los diputados que aprobaron la toma en consideración de la propuesta de reforma constitucional, era como las praderas de Irlanda. ¿Es tan unánime el color de la opinión pública? Decir que no tiene el riesgo de la afirmación gratuita, de ahí que ayer, antes de ponerme a escribir, preguntase a media agenda telefónica -gente de toda ideología-, para centrar un poco el comentario. No encontré a nadie -la mayoría aplaude que los grandes partidos se pongan de acuerdo en algo- a quien le pareciese plenamente correcta la modificación casi a hurtadillas de la Carta Magna, sin una consulta popular.

Me decía un joven universitario que la medida no tiene mayor importancia, porque no se imagina que la Constitución dure diez años más. Es hora, afirmaba, de una profunda reforma o de un nuevo texto que incorpore a varias generaciones ausentes: "En 1978 eran necesarios los 21 años de edad para votar. Los participantes más jóvenes en el referéndum constitucional tienen ahora 54 años. Los menores de 54 no la votamos…".

Todo esto pesa en el germinar de una respuesta regeneracionista de la política. Es necesario un nuevo paso -el de 1978 fue importantísimo- en la dirección de la estabilidad y el acomodo de la población con su propia identidad nacional. Las aspiraciones de hoy son distintas a las de los españoles que salían de una dictadura, vigilados por la vieja guardia. Y garantizar, al tiempo, una mayor permeabilidad de la acción ciudadanía en la política, corrigiendo los abusos y excesos de sus representantes, incluido su necesario aseo ético. Esto, como el asunto del déficit, no es ni de derechas ni de izquierdas…

Volviendo a la oportunidad de la reforma y al novedoso consenso de las dos grandes fuerzas, hay que suponer que nada es casual. Sostenía uno de mis interlocutores que los populares están muy satisfechos -se han relajado y hasta Cristóbal Montoro es otro-, porque con la reforma sin consulta se ha desviado la atención pública. La opinión castiga al Gobierno y se frena la temida recuperación de Rubalcaba.

Zapatero, que ya no cuenta electoralmente, recupera protagonismo y deja malparado al candidato socialista, que no va a tener ni tiempo ni fuelle para exponer sus argumentos. Rajoy se desprende de la etiqueta de insolidaridad ante la crisis y abraza el pacto de Estado que le plantean los rivales. El otoño se augura caliente, con una rentrée política inesperada en julio. Se lo han puesto difícil a los sindicatos e imposible a quienes miraban a los indignados con guiños de complicidad. En otoño, los irritados serán más y el 20-N, con perdón, se abren las urnas.

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