Referendos

El recurso a los referendos y a la democracia directa puede tener consecuencias insospechadas

Nunca he entendido la pasmosa temeridad con que cierta gente defiende los referendos, amparándose en la insufrible tabarra del supuesto "derecho a decir" de los catalanes. "Las urnas no delinquen", se decía. "No se puede prohibir la democracia", se decía. Pues claro que no. Pero el referéndum es un procedimiento democrático de muy dudosa fiabilidad, y la prueba de ello es que el mismo Franco -que no era precisamente un demócrata- lo usó varias veces a lo largo de su interminable dictadura, con resultados siempre favorables, por supuesto.

Para calcular las temibles consecuencias que tienen los referendos basta pensar en el caso del Brexit. ¿Cómo es posible que una decisión tan trascendental que afectaba a cientos de millones de ciudadanos, ya que no sólo concernía a los británicos, se pudiera decidir por un solo voto de diferencia? ¿Y cómo es posible que no se exigiera, como hizo la Ley de Claridad del Canadá con el referéndum de Quebec, un umbral mínimo de participación y una mayoría reforzada de al menos un 60% de los votantes? Pues asombrosamente nada de eso se hizo. Y la planificación fue tan desastrosa que el referéndum se podía haber ganado con una participación de un 30% -o incluso de un 1%- y con un solo voto de diferencia. ¿Se acuerda alguien de David Cameron? Pues deberíamos acordarnos, porque ese mequetrefe político es el culpable del desbarajuste que va a causar el Brexit. Y ese desbarajuste, de un modo u otro, nos va a afectar a todos los que vivimos en Europa.

El recurso a los referendos y a la democracia directa, que tanto gusta a los populistas de izquierda, puede tener consecuencias insospechadas. Imaginemos que en Ceuta o Melilla -o en cualquier lugar donde haya una gran concentración de población musulmana- un peligroso demagogo decidiera exigir un referéndum para imponer la sharía, amparándose en el argumento de que "las urnas no delinquen" y "no se puede prohibir la democracia". Imaginemos un referéndum sobre la pena de muerte. O sobre la expulsión de inmigrantes ilegales. O sobre una hipotética autonomía fiscal que nos evitase pagar impuestos que favorecieran a otras regiones o ciudades que no son las nuestras. O sobre el matrimonio homosexual. O sobre la concesión de beneficios sociales a los inmigrantes. Y podríamos seguir y seguir. Por favor, no juguemos con fuego.

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