Si buscas en Google la palabra "quitapelusas" te van a aparecer montones de aparatitos eléctricos, enchufados o con pilas, que se pasan por la ropa y te quitan en un santiamén las pelusas de todas las prendas. No ocupan mucho sitio y siempre están dispuestos para eliminar pelotitas de los jerseys y los abrigos, dejándolos como si no se hubieran rozado antes como se roza el gato de una fonda.

Pero el quitapelusas que yo quiero referirles hoy no es ese pequeño electrodoméstico, sino otro que, si bien guarda algunas similitudes con él, tiene patas y no vuela (platónico bípedo implume), que suele estar enchufado como el comentado aparatito, pero sin cable, y que también se roza por el lomo de los jefes para ganarse sus simpatías y favores a cambio de elogios injustificados y baboserío variado.

Son los que ríen los chistes malos de alcaldes y concejales con tal de recibir sus prebendas, siempre dispuestos a encajar los cosquis cuando el jefe entra en cólera, y lo mismo te defienden a uno de derechas que a otro de izquierdas: el objetivo siempre será formar parte de la cohorte local del momento sin importar si, al agacharse, el refajo les acaba luciendo en todo su esplendor.

Todos tenemos en mente a destacados quitapelusas locales, moradores de Alfonso XI y ojeadores agazapados en las trincheras del Bar Coruña. Son los reyes del dame pan y dime tonto, que conocen los horarios de los cafés de los concejales y hasta dominan si los toman cortados, manchados, con leche y azúcar o sacarina.

Los quitapelusas ponen en sus informes lo que los políticos quieren leer para no caer en desgracia y se cuidan mucho de llamar al pan, pan, y al vino, vino; porque eso puede costarles un desgarro en los galones y el traslado a unas dependencias de menor calado. Los mediocres siempre pelearán por tener subalternos sumisos y sin criterio al objeto de evitar corrientes de opinión en su estructura.

Pero no debemos perder de vista a esos quitapelusas ocasionales, los que sonríen al recibir a las autoridades en sus asociaciones e intentan aparentar que conocen a los políticos de toda la vida y que, incluso, compartieron infancia y fueron juntos al colegio. A esos les gusta salir en las fotografías de Juan Moya, enorme notario de la realidad con sus imágenes, y aprovechan cualquier ocasión para ganarse los favores del sistema.

La vida es así y el quitapelusas con pedigrí se preocupa de enseñar a sus hijos el oficio de quitapelusas herederos, y así te ves con el paso de las generaciones a familias enteras especializadas en el mezquino arte de la pelotería, la mansedumbre y el deshonor. Al fin y al cabo, son personajes que, como las cucarachas, han sobrevivido al paso de los siglos sin inmutarse. Y a estas alturas de la historia, si no han desaparecido, ni el cambio climático ni las pandemias ni Putin acabarán con ellos.

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