Aunque en estos últimos tiempos la modalidad online le va recortando terreno, la televisión ha sido el auténtico reino de la publicidad. Las marcas bombardean constantemente nuestro entretenimiento visual con sus mensajes consiguiendo por lo general persuadirnos más por abrasión que por convencimiento. La mayoría de los anuncios suelen carecer del menor interés divulgativo o artístico, sin embargo, entre tanta medianía, de vez en cuando, aparece un anuncio que en menos de medio minuto logra sorprendernos por su originalidad, imaginación o, por lo menos, por hacernos recordar precisamente ese producto concreto entre los muchos que intentan atraer nuestra atención en las insufribles pausas publicitarias. Pocos tan eficaces como el anuncio del "Cola-Cao" que ya desde los años cincuenta (primero por la radio) nos viene convenciendo de que endulcemos la leche con su cacao en polvo mediante la pegadiza canción de: "Yo soy aquel negrito del África tropical…" (quizás hoy no quedaría tan bien al tener que sustituir al "negrito" por "pequeño subsahariano" o "persona menor de color"). "Si no hay Casera nos vamos" fue otro slogan que, para alegría de la empresa de bebidas carbónicas, hizo fortuna entre los españoles y, sin duda, el pulgar que deslizaba sobre su labio el fulano al que observa Charlize Theron en el anuncio de "Martini" contribuyó más al éxito del vermut que el mismísimo James Bond. Personalmente, tengo debilidad por dos anuncios: aquel en que "BMW" resucitó a Bruce Lee para acomodar a un todoterreno la metáfora de la adaptabilidad del agua al medio: "Be wáter, my friend" y el de "Volkswagen" en que con la música de "La Guerra de las Galaxias" de fondo, un pequeño ataviado de "Dark Vader" pretende usar "la Fuerza" para desplazar el mobiliario de su casa o zarandear al perro. Frustrado por su "falta de poderes" renuncia a la merienda y al oír regresar a su padre, hace un postrero intento con el coche: extiende sus brazos hacia él y, de pronto, pega un salto al ver como… ¡el motor y las luces se encienden! En la cocina y con el mando a distancia en la mano, el padre esboza una sonrisa. En época navideña, una singular publicidad se adueña de las pantallas, son los anuncios de perfumes, esos líquidos olorosos que, diferenciándose mínimamente entre ellos, compiten por convencer a sus posibles clientes de las propiedades cuasi mágicas que adquirirán al rociarse con determinada fragancia. De alguna forma se nos presenta a los perfumistas como émulos de Jean-Baptiste Grenouille el asesino en serie de superdesarrollado olfato protagonista de la novela "El Perfume" que era capaz de seducir (y excitar) a todo un auditorio con sus efluvios. Su compra nos llevará a nosotros, hediondos mortales, a mundos oníricos y sensuales en los que… ¡siempre se habla en francés!

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