De entre los variopintos personajes que conforman esta suerte de "gobierno de photocall" pergeñado por el socialista Sánchez, destaca -por desacostumbrada- la cualificación profesional del ministro de Ciencia, Pedro Duque (si bien parece haber sido su anecdótica condición de astronauta la que ha primado a la hora de ser elegido para el cargo). Aunque, subsumido entre la grey que compone el consejo de ministros (y ministras), es poco probable que pueda hacer algo por el mundo del saber y el conocimiento, es justo reconocer que en sus primeras declaraciones ha manifestado su absoluto rechazo de las pseudociencias, lo que teniendo en cuenta que no ha mucho una ministra (de sanidad para más inri) exhibió en su muñeca una pulsera "Power Balance" (para regular su energía corporal) y otra, la de Trabajo, anunció que esperaba disminuir las cifras del paro encomendándose a la Virgen del Rocío, ya representa un significativo paso en pro del pensamiento científico. En una esquizofrénica sociedad donde los avances en ingeniería genética, informática o robótica conviven con pasmosa naturalidad con el auge de las cartas astrales, el tarot, la bola de cristal y toda una parafernalia mágica propia del la Edad Media, reconforta ver al menos a un político (por lo habitual gente proclive a las más diversas formas de charlatanería) posicionarse al lado de la ciencia. El ser humano se niega a aceptar que el futuro es esencialmente impredecible y siempre ha buscado mecanismos alternativos que le ayuden a comprender el mundo y a tomar decisiones. Creso, el último rey de Lidia, consultó al oráculo de Delfos antes de entrar en guerra con los persas. Este le dijo: "Un gran reino será destruido si lo haces". Creso pensó que ese reino sería el de los persas y fue a la guerra. Sin embargo, el imperio destruido resultó ser el suyo. El oráculo se curó en salud gracias a la misma ambigüedad que usan hoy en día magos, hechiceros y nigromantes para vaciarles la cartera a los incautos que les consultan. A pesar de la tecnificación y el desarrollo científico de nuestro mundo, la magia y la superstición gozan de una inmejorable salud. No tenemos mayor idea que la que tendría un hombre del medievo de como funcionan los sofisticados instrumentos que manejamos de manera cotidiana. En cierta forma ignoramos tanto el funcionamiento de un teléfono móvil como el del amuleto que nos colgamos al cuello para que nos dé suerte y todo se reduce a una cuestión de fe (una virtud para los creyentes y un vicio para el método científico). Bienvenido sea el ministro que piensa que la acupuntura, el reiki, los chakras y las llamadas terapias alternativas no son sino una forma esotérica (y onerosa) de aquella "medicina consoladora" que usaban nuestras madres cuando nos veían llorar: "Sana, sana culito de rana. Si no sana hoy sanará mañana".

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