Es desafortunado hasta rayar en la incitación al error, señalar con la palabra progresista a las izquierdas. La ubicación en el espectro político, que se le asigna a socialdemócratas y demás inspiraciones marxistas, se debe a la Revolución Francesa, allá por 1789. A los más radicales contra lo establecido se les colocó a la izquierda y, quizás entendiendo que tal son los de esas etiquetas -en todo caso posteriores a esas fechas- se les asignó el calificativo de lugar que, por cierto, puede generar confusiones indeseables. Siniestra es, según el contexto, perversa e izquierda. Y diestra o derecha es sinónimo de eficacia o de habilidad.

Los progresistas eran los liberales, una especie de cuasi anarquistas de cuello duro. Su eclosión ideológica hay que situarla en las Cortes de Cádiz. La máxima del liberalismo en su estado primigenio es que el dinero donde mejor está es en el bolsillo del que lo ha ganado. Eso significaba un gran progreso frente al feudalismo y el absolutismo. Nada más lejos de la socialdemocracia, nonata entonces, conjunción de socialismo y democracia que, señala inocentemente, la necesidad de hablar de socialismo democrático, simplemente porque el socialismo fetén no lo es. La economía social de mercado, el sistema que impera en Europa, es un combinado equilibrado de socialismo y de liberalismo, una vez superados los excesos de las dictaduras, ya sean personales o del proletariado. Pero en España estamos perdiendo el paso y arriesgando mucho, volviendo a las andadas e invirtiendo términos y significados. Por estos pagos, se empieza a no saber para qué se quiere el poder, más allá del interés en poseerlo. Salvo esas minorías que han tenido la fortuna de educar el intelecto, el grueso del personal no podrá evitar caer en el engaño del enredo al que nos tienen sometidos los políticos de hoy día y sus gurús. Eso de descalificar a las supuestas aproximaciones entre sí de las derechas, por parte de los que, aliados con antisistemas, se sirven de terroristas y de separatistas para mantener el poder, es un insulto a la inteligencia y a la razón. Atónitos debieron de quedar los que le oyeron decir al dirigente socialista Indalecio Prieto, cuyo guardaespaldas fue el del tiro en la nuca a Calvo Sotelo, que él era socialista a fuer de liberal. Este hombre, de no muy feliz memoria, seguramente estaba siendo víctima de un deterioro cognitivo que explicaría otras muchas de sus actuaciones.

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