Hay veces que me gustaría que este espacio en vez de una columna fuese un elevado jardín vertical para plantar palabras que describan, ensalcen y protejan la Naturaleza. Nos urge hacernos cargo de este planeta malquerido; además, también, porque últimamente no hay nada que me sorprenda más que lo que esconde: fascinantes momentos que sin pretenderlo me regala y que la retina no puede dejar de capturar, como un buen objetivo al acecho de inmortalizar el instante, y antes de que la información llegue al cerebro para ser procesada, la emoción se adelanta soltándole una descarga a todo el cuerpo y dejándola a una con la mente en blanco y embelesada.

Y es que el inminente ingreso en prisión de Urdangarin no me sorprende mientras que sí lo hace el revoloteo de mariposas que cada día parecen esperarme en un matorral distinto del bosque para iniciar su danza y aun desconociendo su lenguaje sacan de mí una cómplice sonrisa. Y es que el lacónico paso por el ministerio de Màxim Huerta no me sorprende, incluso creo que a él tampoco, pero, sin embargo, no deja de sorprenderme el titánico esfuerzo de las hormigas llevando cargas que me dejan con la boca abierta y me hacen caminar con cuidado. No me sorprende la que se ha liado en el mediático mundo del fútbol porque Lopetegui haya fichado por el club blanco en momentos cruciales que debería haber seguido siendo del club rojo pero, sin embargo, me deja pasmada la parsimonia del caracol en su viaje; es tanta la admiración que me produce su ritmo que muchas veces me paso más tiempo mirando al suelo para no pisarlos que mirando el impresionante paisaje que transito. La lástima es que después, cuando voy a comprar al supermercado, hay una furgoneta en la acera de enfrente que los vende aprisionados en redes amarillas para ser cocinados, o en época de recogida me cruzo con personas que llevan bolsas en los que irán metiendo los que antes no pisé y me da por pensar que quizás hubiese sido mejor pisarlos y ahorrarles el martirio al que son sometidos hasta llegar al plato al poleo o en tomate. Y mientras que a las nueve el noticiario clama las desgracias y los desatinos, justo a esa hora, en mi propia casa hay un pájaro que trina como si tuviese en el jardín a Pavarotti. Así que al llegar el ocaso… por lo único que me dejo sorprender es por su canto.

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