Veritas Veritatis

Prestamistas

Si las amenazas son muy duras, acude a otro prestamista por lo que la deuda se triplica

La "usura" llena diversos capítulos de la historia de la humanidad. Hasta el siglo dieciocho se consideraba como tal, cualquier cobro de intereses por el préstamo de dinero. Con el capitalismo, el cobro de intereses ha sido y es uno de los elementos económicos que sustentan a la banca mundial. Pero hoy no vengo a informales de algo que ya conocen y sufren como pacientes ciudadanos, inmersos en un sistema económico en el que lo humano ha desaparecido. Les hablo de un nuevo tipo de usura y, cómo no, de un nuevo perfil de prestamistas que proliferan en los barrios abandonados de numerosas ciudades andaluzas.

Miren ustedes. Si alguien pasa por un apuro económico y trabaja en "negro", finamente en b, la única opción que le queda es buscar a alguien que le preste dinero para superar "el bache". Al banco, por razones obvias, no puede acudir; los amigos y la familia suelen estar peor que esa persona, o bien viven un proceso de egoísmo individualista común en estos tiempos. La única opción que se plantea como rápida, factible, es acudir a un prestamista del barrio. Suele haber más de uno, aunque los intereses con los que gravan sus prestamos es bastante común: "En una semana me devuelves el doble de lo que te he prestado. Si no me lo devuelves me entregas tu casa, si no habrá sangre. Te presté tres mil, me devuelves seis mil."

En general, hay pocas excepciones, la persona que pidió el dinero no puede devolverlo en la fecha concertada. A partir de aquí surge el juego de las amenazas y de la entrega de un parte de lo prestado. Si las amenazas son muy duras, la persona acude a otro prestamista para pagar al anterior. Subiendo la deuda casi al triple de lo que se solicitó. Se crea una bola difícil de parar. Al final los prestamistas llegan a un acuerdo y se quedan con la casa del prestatario, no es infrecuente que sea la de sus padres. En la tranquilidad aparente de una noche cualquiera, hombres armados irrumpen en la casa familiar y ponen en la calle a los ancianos, ignorantes de qué se estaba cociendo a sus espaldas. El hijo desaparece, los hermanos, si los hay, tienen que hacerse cargo de los padres. Si no es así, inician un descenso al submundo de la calle; se convierten directamente en personas sin hogar. Llaman a la muerte, como una esperanza de liberación.

En el piso incautado instalan un invernadero de marihuana, uno más de los tantísimos que existen en algunos barrios andaluces.

Nosotros, es decir, el resto de los hombres y mujeres, sin enterarnos. Desconociendo las batallas que se libran en nuestro entorno. La policía con sus "casos", algunos empeñados en perseguir a inmigrantes jóvenes, otros, queriendo servir, sin medios, a los ciudadanos más desafortunados. Los jueces y fiscales esperando denuncias que nunca van a llegar porque el miedo paraliza. Las parroquias y ONGS sin poder hacer nada. ¡Vaya panorama!

¡¡Cuántas tristezas en este mundo!!

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