Gafas de cerca

Tacho Rufino

jirufino@grupojoly.com

Preparémonos para el ruido

Mi compañera de páginas Carmen Camacho escribió por aquí que no se debe comenzar un texto con un "Vaya por delante que...". Tiene más razón que una santa, pero me rebelaré por esta vez, dado que el asunto es espinoso, o sensible, como se dice ahora con frecuencia (de tal uso cabe discrepar: no son sensibles los asuntos, sino los seres vivos, y quizá los termostatos y demás cacharros).

Vaya pues por delante que no soy partidario de las maneras de las navidades contemporáneas, no las aprecio. Aunque sin mayor militancia, sí los soy de la Navidad como celebración familiar y cristiana y de la ilusión por la renovación del nacimiento del Niño Jesús, y del viaje hacia Él de los Reyes Magos. Con esos cuatro días (Nochebuena, Navidad, Cabalgata, día de Reyes) me bastaría. El resto es ruido. No sólo ruido de atracciones callejeras, Cortilandia y villancicos gota malaya en los establecimientos comerciales (no me entran en "ruido" los entrañables coros callejeros). Hay otro ruido, que responde a su moderna acepción de perturbación e interferencia de los mensajes importantes.

Dicho esto -otro cliché estilístico que Camacho reprobaría, con buen criterio-, que sean ruido las reuniones continuas de estrambote gintónico o la masificación de las zonas comerciales no puede parecernos mal si observamos más allá de nuestros ombligos y manías y concedemos que ese consumo de urgencia e irracionalidad -consumismo, si quieren- es beneficioso para la economía local y para muchos ciudadanos. Pero, con permiso de la novela de Manuel Vicent y de su alusión a Mozart: "No pongas tus sucias manos sobre la Navidad". Compremos lo que queramos; puede ser que cuanto más compremos, mejor... pero podemos evitarnos el identificar nuestro calentón de tarjeta con los buenos sentimientos propios y comunes, de forma que en vez de renovarlos o revitalizarlos los impostamos y embarramos. De forma fugaz y fútil, para colmo.

Los olores, si son sintéticos y marketinianos, también son ruido, ya puestos a estirar a la palabra. Dejemos fuera al de las castañas asadas -¿acabará habiendo franquicias del ramo?-, y preparémonos para sufrir la sorda acometida de los perfumes corporativos que se expelen en un abrir y cerra de puertas automáticas. Aunque, con humildad y algo de indulgencia, cabe pensar que esas pestes artificiales nos evitan otras de la humanidad, el cante a vestuario. Animémonos a creer que, a pesar de todo y en nuestra inconsciencia festera, seremos redimidos de los continuos vaivenes de nuestra existencia. Ojalá fuera así. Y por qué no iba a serlo.

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