Un día en la vida

Manuel Barea

mbarea@diariodesevilla.es

Políticos pelmazos

La abstención es una opción política tan legítima como cualquier otra; en muchos casos más honesta que votar

Un ex presidente autonómico que publica con frecuencia artículos en esta misma página se compadeció no hace mucho con aire de dispensador de indulgencias de quienes, según su experiencia, llevan un tiempo dándole la brasa con que no van a votar el 10-N. Son, según su descripción, "pelmas inocentes, pesados que andan todo el día presumiendo" de que no van a votar.

Desconozco el entorno y el ámbito en los que se mueve el ex presidente, con quién se cruza, quién le espeta. Estoy seguro de que es verdad lo que dice. ¿Por qué iba a inventárselo? Lo persigue la "maldición" de haberse dedicado a la actividad política, y por eso ahora algunos "infelices" lo "amenazan" con el "yo no voy a votar". Los abstencionistas son, a su juicio, unos pobres desgraciados. Y lo son porque, creyendo que no votan, otros lo hacen por ellos. Así que su decisión no sirve absolutamente para nada. Es también, según su diagnóstico, una demostración de estulticia. Parece que supina.

A ver: cuando alguien no vota, no vota. Esto es así por mucho que se quiera hacer ver lo contrario. La abstención es una opción política tan legítima como cualquier otra, en muchos casos bastante más honesta que la de votar a favor de unas siglas. Otra cosa es la perversión del sistema electoral, que sólo tiene en cuenta a los abstencionistas como cifras de una estadística, un dato demoscópico. Se me ocurre un amplio catálogo de calificativos con los que adjetivar a muchos de los miles que se decantan por tal o cual partido a la hora de meter su papeleta en la urna. Y puedo hacerlo porque vocean sus motivos y me obligan a oírlos sin que yo lo haya requerido. A mí, como al ex presidente, también me persigue una maldición: la de tener que soportar los asuntos particulares de los demás, entre ellos conocer su intención de voto.

No quitaré la razón al ex presidente: presumir de no votar es de lerdo. En efecto. Y hacerlo como pose es encima de gilipollas. No votar también es secreto. Y cuando se hace conscientemente, con coherencia, es desde el lamento y la decepción, porque se constata que en ninguna de las listas electorales hay nadie en quien confiar el gobierno de tu país, tu región, tu ciudad, tu pueblo. Eso de darle el voto al menos malo para que no gane el peor es ya, a estas alturas, una necedad. Y es una trampa antidemocrática. Eso sí que no tiene ningún rigor. Y con eso sí que dan la barrila los jefes de los partidos y los candidatos y todos sus acólitos. Esos sí que son unos auténticos pelmazos.

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