Políticos sin convicciones

Es triste la falta de convicciones de los políticos de un Gobierno que tiene que hacer frente al nacionalismo

Es triste comprobar el fanatismo de los políticos separatistas, catalanes y vascos, que, ungidos de una mística clerical y decimonónica y repitiendo no más de siete frases hechas, llevan años y años dominando el discurso de la vida política española. Pero aún es más triste comprobar la falta de convicciones de los políticos que, en estos momentos, desde el Gobierno de la nación, están obligados constitucionalmente a enfrentarse con sus desmanes. Situación que causa justificada alarma. Porque cada día, y tras cada paso, ponen más en evidencia que en la Moncloa ni hay unas convicciones mínimas confesables, ni existe la responsabilidad de respetarlas. Sin embargo, el pacto entre electores y representantes políticos ha perdurado en Europa durante más de dos siglos, a pesar de sus vaivenes y tensiones, porque el votante, ante las convicciones expuestas por los políticos, detectaba que existía la voluntad y responsabilidad de asumirlas. Ese pacto mínimo, según explicó muy bien Weber, es el que sustenta la democracia. Pero si las convicciones son tan elásticas y maleables como la goma y el plástico, y si, además, la responsabilidad de acatarlas se diluye, sólo cabe esperar el mayor oportunismo en unos políticos dispuestos a ceder sin pudor con tal de perdurar en el poder. Y en las mesas de negociación esa situación de debilidad se capta, y la utiliza diestramente el nacionalismo vasco y catalán para conseguir privilegios económicos y concesiones simbólicas que empiezan por ser admitidas en las formas y acaban finalmente interiorizadas como hechos consumados. Mientras tanto, el fanatismo separatista nunca se siente obligado a tener un gesto -aunque sea sólo verbal- solidario con el resto del país (por ejemplo: un cierto reconocimiento a las regiones españolas que fueron víctimas de sus beneficios fiscales, al mismo tiempo que aportaban la mano obra barata, origen de su privilegiada economía actual). A este respecto, debe recordarse cómo la voz y labor de los charnegos ha quedado deliberadamente silenciada. ¡Pobre Francisco Candel! No menos triste resulta recordar a Alfonso Carlos Comín, nacido en Zaragoza, que, desde su emplazamiento en Cataluña, escribió dos esplendidos libros (La España del Sur y Noticia de Andalucía) destinados a recuperar la memoria de los "otros andaluces" traspasados a Cataluña. Por eso, se podría añadir, que también es triste la pasividad de las instituciones andaluzas ante acuerdos y pactos que se presagian en una Cataluña que ayudaron a levantar tantos charnegos del sur.

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