En momentos de desesperación, los políticos profesionales acuden a los aficionados. Es un riesgo, pero a veces funciona cuando saltan al ruedo espontáneos, en particular empresarios como Trump en Estados Unidos, Berlusconi en Italia o Gil en la Costa del Sol. El presidente español ha tenido la ocurrencia de nominar como candidato a la Alcaldía de Madrid a su antiguo entrenador en el Estudiantes, histórico club de baloncesto. Pepu Hernández no es un tipo cualquiera; dirigió a la selección española campeona del mundo en 2006. Tiene prestigio y cierta popularidad, atenuada por el paso del tiempo y su relativo protagonismo; no es un Gasol o Felipe Reyes. Pero el estado de extrema necesidad de los socialistas madrileños ha llevado a Sánchez a inventarse esta jugada sorpresa para motivar a sus fieles.

De momento no ha conseguido canasta, sino confundido a su parroquia, molestado a la militancia y provocado un escrutinio del pasado de este aficionado invitado a un partido profesional. La foto ha salido borrosa. El dedazo ha sido contestado por candidatos con solera que desafiarán en primarias el antojo presidencial. Además, la prensa y los caritativos adversarios le han encontrado al designado una sociedad instrumental para pagar menos impuestos y unos elogios entusiastas hacia Rajoy en 2008. Entonces prefería a un admirador del ciclismo como el político gallego que a un entusiasta del baloncesto como Zapatero. Incoherencia del aspirante o torpeza en su elección. En ese campo Pedro Sánchez es reincidente: Susana Díaz le recriminó en las primarias que hubiese puesto en 2015 en la lista de Madrid a Irene Lozano, que desde su escaño de UPyD había fustigado con encono a los socialistas.

Otros aficionados le han salido mal a sus patrocinadores. El caso más notable es el del general Julio Rodríguez, antiguo jefe del Estado Mayor de la Defensa, a quien Pablo Iglesias no logra colocar en Podemos, por mucho que lo intenta. En 2015, de número dos por Zaragoza, no salió diputado. En 2016, tampoco de número uno por Almería. Ahora lo ponen de dirigente máximo en Madrid y lo proponen de número dos para las municipales, pero Carmena no le quiere. Está bien que desde la sociedad civil entre sabia nueva en la política, pero no deberían desembarcar por arriba. Además, a los aficionados se les hace menos caso. En el debate sobre economía de la campaña electoral de 2008 casi nadie creyó a Pizarro, fichaje estrella del PP, que explicó con fundamento que estábamos metidos de lleno en una crisis extraordinaria. La mayoría prefirió confiar en el profesional Solbes, que describió la desaceleración que veía con un solo ojo, el otro lo tenía tapado con un parche pirata y las fantasías de ZP.

La política no es una tarea simple, tiene que resolver problemas complejos. A veces el pesimismo invita a la improvisación y las ocurrencias conducen al error.

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