DE POCO UN TODO

Enrique García-Maíquez

Pestiño

Aestas alturas a nadie le extrañará lo más mínimo que los alimentos navideños hayan surtido generosamente el campo metafórico del cansancio y la torpeza. Que algo pesado y aburrido sea un pestiño es expresión que pudo sorprendernos mucho a principios de noviembre, cuando probamos el primero del año. Ahora que llevamos entre pecho y espalda tamaño puñado de pestiños, la metáfora se entiende de sobra.

Lo mismo pasa con la descripción de alguien como que tiene un polvorón en lo alto. Por ejemplo, Moratinos; aunque del ministro sería todavía más exacto afirmar que lo tiene en la boca mientras farfulla afanosa, mofletudamente, sobre la Afifanza de Cifilifafiones. Esto, limitándonos a los dulces más característicos, que la cosa se podría estirar a otras frases hechas, tales como andar con el pavo subido, dar la matraca o que nos den las uvas, todas de resonancias navideñas, pero poco festivas.

El habla popular ha andado aquí muy fina, porque efectivamente todo tiene un límite y lo cotidiano es mucho y feo. Si nos pusimos a comer turrones allá por septiembre, nada más volver de la playa, es lógico que lleguemos a la Nochebuena deseando que comience la Cuaresma, o, si quieren -por eso de la famosa Afifanza-, el Ramadán. Y quien habla de dulces lo hace de salados y de bebidas espumosas: con las inexorables comidas de empresa uno alcanza la cena familiar al borde de su resistencia física y psíquica.

Qué lástima que, por haber comenzado dos meses antes con las luces y con los villancicos en los centros comerciales y con las degustaciones, vayamos ahora a pasar el día principal de las fiestas empachados y protestones, hartos en los dos sentidos de la palabra. En vez de admirar la mesa nos automedicamos almax y sal de frutas. En vez de aplaudir a la cocinera o al cocinero apuntamos el régimen de la lechuga. En vez de brindar comparamos pesos y tallas. En definitiva, en vez de felicitarnos por el derroche que supone que Dios se haya hecho Niño para redimirnos, estamos deseando que todo acabe pronto.

Aún estamos a tiempo, sin embargo. Yo me propongo -si me dejan- pasar estos días que quedan hasta la noche del 24 en relativa austeridad, acordándome del frío camino en burro de José y María hacia Belén. Por repetidas experiencias, sé que basta un día y medio de régimen para que el pavo trufado, los turrones, los pestiños, los polvorones e, incluso, el mismísimo conejo vuelvan a recuperar su originaria condición de suculentos manjares. Con cinco días de frugalidad, que son los que quedan, llegaremos a la Nochebuena con el espíritu y el estómago bien dispuestos para la gran celebración.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios