palabra en el tiempo

Alejandro V. García

Perplejos y anónimos

ESTAMOS a las puertas de una campaña electoral perpleja. Los síntomas de la desorientación son abrumadores. El PP ha desempolvado una parte de su programa que ni aclara ni deja de aclarar qué podemos esperar los electores del previsible gobierno de Mariano Rajoy después del 20-N. Sólo hay indicios, pistas, amagos y trampantojos. Quizá porque la realidad será demasiado cruda y mejor que no nos importe. La comparecencia ayer del candidato no arrojó ninguna clarividencia sobre el porvenir político. El candidato saludó, sonrió, peroró, exhortó y se fue. No admitió preguntas de los informadores. Está permitido escuchar pero no interrogar ni mucho menos replicar. Será una campaña teledirigida en la que sólo tendremos las noticias que decida y seleccione Rajoy y sus asesores. Las dudas habrá que arrojarlas al basurero. Como si fuéramos un grupo de escolares a quienes sólo les está permitido aclamar y levantar el brazo al final del espectáculo, cuando vibre el timbre y nos señalen la hora. Los periodistas que acompañen al candidato del PP tendrán que desembolsar una pasta pero se limitarán a escuchar. El contraste entre este silencio obligado y la falsa barahúnda de la campaña es mayor si se piensa lo que está en juego: un cambio de rumbo, un volantazo sin misericordia con vocación de marcar el futuro no cuatro años sino una o dos generaciones. No nos jugamos promesas sino el mantenimiento o la liquidación de un bienestar social construido a lo largo de décadas.

La campaña menos participativa y más desconcertante guarda, sin embargo, una estricta fidelidad a la marca de los tiempos. La globalización ha reducido el papel de los gobiernos occidentales a simples comparsas de quienes deciden, desde poderes no electivos, el designio de nuestro futuro.

Nos jugamos mucho pero sólo si asentimos. Mientras los conservadores se frotan las manos ante la cercanía del poder, una parte decisiva de la izquierda (la que dio el poder al PSOE hace ocho años sumando once millones de votos) se prepara para presenciar en los próximos veinte días, atribulada pero impasible, cómo se consuma la ruina de cierto modo de entender el mundo. Con el coraje agotado, sin posibilidad de reacción, se resigna a la inacción o, a lo sumo, a dividir su poder en facciones casi atómicas. El día 21, me temo, ya será tarde. La rebelión habrá caducado.

Los hackers, mientras, se ríen de Pérez Rubalcaba y resucitan en los mensajes dejados en la web del socialista la teoría de la conspiración del 11-M. ¡Qué raros estos hackers anónimos, qué sospechosos! ¿Quién los habrá amaestrado? Tampoco lo sabremos nunca. Todo es anónimo. O Anonymus. Silencio.

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