El periodismo está en entredicho, con razón. La crisis de credibilidad de partidos, gobiernos, parlamentos o judicatura, ha llegado a la prensa. Se suma a la precariedad del sector y la dependencia de anunciantes públicos o privados. La filtración de nuevas conversaciones del comisario corrupto Villarejo dejan en evidencia al director de La Sexta, Antonio García Ferreras. En la grabación, de 2016, el periodista reconoce que dudaba de una información que dio en su programa Al Rojo Vivo días antes. Villarejo explica que era un dossier inventado por una mafia policial contra el dirigente de Podemos Pablo Iglesias, de una falsa transferencia de Maduro a la cuenta de un paraíso fiscal.

Ferreras admite que era un burdo montaje publicado por Eduardo Inda en su web OKDiario. Iglesias ha montado en cólera con razón y se ha despachado a gusto contra Inda, Ferreras y el universo mundo: le ha arreado a toda la prensa y a la democracia en general. Y aquí pierde la razón. Aprovecha para sostener que la democracia española es de mala calidad y su periodismo, pésimo. Idea que entronca con las terminales empresariales y mediáticas de poderes ocultos, que el presidente Sánchez ha tomado prestada a Podemos.

Con el periodismo pasa como con otros oficios, que hay buenos y malos profesionales o medios. Quien se juntaba con Inda y Ferreras era el propio Iglesias, mientras el periodista Fernando Berlín o el profesor Juan Torres habían huido de los realities de la Sexta. El polaco Kapuscinski, tenía una definición ética del periodismo muy sencilla: "nunca tendencioso, nunca indiferente". Cuando algo es tendencioso ya no es periodismo. Un espectáculo televisivo con dos cafres insultándose tampoco es periodismo. Ben Bradlee, director del Washington Post, veía el oficio con horizonte: enterarse de las noticias, decidir si son relevantes, documentarlas, contrastarlas, contarlas de manera clara, y además explicar a la audiencia dónde está el futuro.

Llama la atención que el conglomerado Unidas Podemos, tan lisonjero con Lukashenko, Daniel Ortega, Castro o Maduro sea tan feroz con la democracia española. Los dossiers inventados contra Iglesias no prosperaron en los tribunales, lo que significaría que el estado de Derecho funciona. Aunque su eco en parte de la llamada prensa seria haya sido lamentable. Cuando Iglesias repite su cantinela del régimen del 78 y despotrica contra toda clase de periodistas con el argumento de que dice la verdad, recuerda al capitán Renault de Casablanca; cierra el casino porque descubre que allí se juega, después de cobrar su comisión. Iglesias participó con Inda en múltiples espectáculos de la Sexta de los que ahora abomina; compartió plató con las cloacas porque le interesaba. El affaire Ferreras-Villarejo nos alerta sobre una línea elemental del periodismo: verificar y documentar antes de publicar. Y que la realidad es más compleja y sólida que la verdad de populistas o provocadores altaneros.

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