El fenómeno crece sin recato. Las noticias de sucesos, hoy incontables en un mundo global, se multiplican en los informativos: casi un tercio de lo que en ellos se cuenta consiste en accidentes, desastres, peleas o crímenes. El periodismo sensacionalista, aun impúdico, asegura, sin embargo, una rápida y embelesada captación del espectador, acostumbrado ya a su ración diaria de miserias. Acompañado de ese otro tercio consagrado a advertirnos de múltiples peligros, convierte a los noticiarios en eficacísimos instrumentos de exaltación del miedo, ese sentimiento que nos inmoviliza ante los excesos del poder.

Pero, por desgracia, tal proliferación no sólo produce daños colectivos. Como señala Rolf Dobelli, autor del Arte de pensar, estas informaciones perjudican a nuestro propio bienestar. En primer lugar, porque son tóxicas: falsean nuestra apreciación del riesgo, nos hacen sobreestimar los improbables y subestimar los probables. En segundo, por resultar además inútiles: la miríada de noticias de esta clase que leemos o escuchamos, lejos de ayudarnos en la toma de decisiones personales o profesionales, nos impiden reflexionar, únicamente sirven para consolidar nuestros temores y prejuicios, actúan como una montaña de pavores que anula nuestra concentración, desorienta nuestra memoria e imposibilita una comprensión correcta de nuestra realidad individual. Y al cabo, por último, porque envenenan nuestro cuerpo: esas catástrofes que acaparan titulares liberan en nosotros altas cantidades de glucocorticoides (cortisol). Esto dificulta, indica Dobelli, la regeneración de nuestro organismo y "puede someter a una persona con una vida (real) tranquila a una situación de estrés crónico".

Añadan que ante tanta calamidad divulgada nada podemos hacer. Y eso, al alentar nuestra frustración, también nos hace volvernos pasivos, nos sumerge en un estado de ánimo negativo, pesimista, fatalista, pudiendo incluso, avisa Dobelli, "hacernos perder toda capacidad emotiva o de compasión hacia los demás, así como la ilusión por el futuro".

Desengáñense, la hiperinformación de lo trágico atrapa como una perniciosa droga. Hay, pues, que superar tal adicción, centrarnos en la pequeña parcela del mundo que nos toca y aprender a descansar. En este ámbito, paradójicamente la desinformación es salud. Y desoír a tanto vocero del caos, una conducta sensata que acaso nos ayude a salvaguardar nuestra imprescindible cordura.

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