En una ocasión, tuve la experiencia de asistir, en primera fila, al cambio de imagen de una empresa. Entre los numerosos trabajos que se llevaron a cabo para cumplir el objetivo, hubo uno que me llamó especialmente la atención, la elección del color del nuevo logotipo. El encargo se hizo a una agencia japonesa que sólo trabajaba sobre los colores y su influencia en las personas. Con ellos aprendí que el color rojo, es el que mayoritariamente, simboliza a España en el extranjero y que el morado se identifica con lo eclesiástico, con la excepción de Podemos. Los nipones afinaban tanto que hasta daban el número exacto en la carta de color Pantone. Entre nosotros, el verde se asocia al mundo del dinero, los ecologistas y el verde y oro es el color del terno de los toreros consagrados. Tiene además, fama de gafe.

Pensaba en ello cuando vi las banderolas del PSOE, en la pasada campaña. Eran una orgía en verde y rojo en la que Susana Díaz, con la mandíbula sensiblemente afilada con Photo Shop, miraba risueñamente a su electorado. Vestía una elegante cazadora de piel roja. Contrastaba más el asunto, porque las banderolas de la oposición eran de un gris casi blanco o contenían sólo logotipo y eslogan. La cosa fue a peor, cuando cambió la cazadora roja por una extraña sahariana verde con la que se paseó por televisión, un día con un casco de construcción, otro con una bata agroalimentaria, hasta desembocar en el esperpento de la foto con su hijo y la Tablet. Con la mano izquierda sostenía el biberón de su niño-bebé y con la otra aguantaba la tableta, mientras sonreía a cámara. Viendo la imagen podrías jugar a adivinar, si le estaba haciendo caso al niño-bebé, a los datos de la tableta o a ninguno de los dos y atendía, sólo al fotógrafo. Sus comparecencias públicas tan entrañables - ¿quién no ha sido besado por Susana? - dentro del estilo andaluz de cartón piedra, típico de Canal Sur, banalizaron el contenido político del argumentario. Añádasele un toque de victimismo y logró que muchos de sus votantes habituales, no se reconocieran en el engendro. Lo paradójico fue que los publicistas salvaron los muebles, porque Susana ganó. La triunfalista campaña de perfil bajo, pareció diseñada por su peor enemigo. Tan bajo, que está a punto de sacar a su propio perfil físico, del Palacio de San Telmo. Los de Vox jamás hubieran soñado, con que Susana les iba a hacer la campaña. Nunca debió permitir que le cambiaran el rojo triunfador, por el verde gafe.

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