Perdió la peor

La negativa de Clinton a dar la cara ante sus seguidores y ante el mundo tras su derrota la retrata

La derrota de Hillary Clinton, contra casi todo pronóstico, ha venido a dar la razón a los muy pocos que nos atrevíamos a decir y escribir que Trump es un completo impresentable, un demagogo y un zafio de tomo, pero que la demócrata suponía un peligro mayor.

Porque Hillary Clinton habrá podido contar con la complicidad de la inmensa mayoría de los medios, mas no ha podido engañar a quien la conoce bien desde hace décadas, ese pueblo americano que masca el desprecio que hacia él siente el entramado que ella exactamente representa. Pero Hillary es algo aún peor que el símbolo perfecto del establishment: una corrupta y ambiciosa capaz de pasar por todo con tal de amasar riqueza y poder, mucho poder; una política que ha hecho de la mentira y de la intriga un arte, y una irresponsable que hizo un inmenso daño desde la Secretaría de Estado. Nada, pues, que ver con la imagen de gran dama, dotada y capaz que nos han vendido desde hace años. En lo que no se mentía era al presentarla como la más fanática impulsora de la agenda progresista que se propone transformar las bases constitucionales de la sociedad americana por la vía de la utilización sectaria de la ley y de los tribunales. Ni al suponerla dispuesta a llevar al límite la imposición de la ideología de género y el apoyo a las empresas que han hecho del aborto y del tráfico de órganos un fabuloso negocio. La derrota de Clinton, de lo que el matrimonio Clinton y su socio Obama personalizan, tiene sobre todo grandes consecuencias culturales: la derrota, cuando todo parecía a su favor, de las élites progresistas mundiales empeñadas en una batalla que tiene como fin último un cambio que va más allá de las estructuras políticas y sociales, que es de alcance antropológico.

La soberbia de esa élite política y cultural se ha dejado ver a lo largo de toda la campaña, con insultos velados o explícitos a esas mayorías de ciudadanos "deplorables" a los que se ha descalificado unas veces por ser blancos y trabajadores, otras por sus creencias religiosas o por pedir el respeto a las fronteras de su país. Pero, sobre todo, por aferrarse al espíritu genuino de su nación y resistirse al cambio subrepticio de las formas de gobierno. La negativa de Hillary Clinton a dar la cara ante sus seguidores y ante el mundo entero tras su derrota la define y retrata. Y a los poderes que encarna.

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