La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

Pepe Hidalgo

Ayer se murió alguien que encarnaba lo que quiero decir cuando digo Macarena

Cuando mi padre se incorporó en 1947, con 26 años, a la redacción del diario España de Tánger le dijo su director, don Gregorio Corrochano: "Antoñito, no utilices la pluma como si fuera un palillo de tambor, que los sevillanos sois muy dados a confundirlos". No utilizaré pues este teclado para tocar el tambor por Pepe Hidalgo, mi querido Pepe Hidalgo, mi admirado Pepe Hidalgo, entonando un réquiem costumbrista. Una cosa es lo macareno y otro el macarenismo. Y Pepe Hidalgo era Macarena pura sin mezcla alguna de macarenismo. Macarena barrio, Macarena recia, Macarena seria, Macarena gracia espontánea, no aprendida ni exhibida.

Tras el triunvirato del Melli, El Pelao y Pepe García nadie ha hecho más por la difusión de la devoción al Señor de la Sentencia que Miguel Loreto ante el paso y Pepe Hidalgo tras él. Escribí y pregoné que solo la Virgen del Rosario ha acunado al Señor de la Sentencia con más mimo que sus costaleros macarenos mandados por la voz rota de Loreto y nadie lo ha vestido mejor que Hidalgo bordando en el aire redobles como sobre terciopelo bordaba Ojeda. Cómo mandar un paso y tocar tras él se convierta en una oración que contagia la devoción al Señor de la Sentencia a cuantos lo ven era el secreto de estos hombres. Cosa de corazón y no de técnica, vivida y no aprendida. Nada de exhibición, ni coreografías, ni alardes de trompeteo y tamborradas. Nada que ver con lo que hoy se ve y se oye. Todo al servicio del Señor, de su majestad y su humildad, de su gloria y su condena, de su poder y su mansedumbre, del poderío de su paso y el señorío popular de su barrio. Así mandaba Loreto. Así tocaba Hidalgo.

Escribo de lo que vivido y sentido. La Hermandad de la Macarena ha perdido ese conservatorio viviente con quien se formaron en la más pura tradición de cornetas y tambores tantos chiquillos. La cofradía perdió hace un año a este Juan Manuel que bordaba con sus palillos sobre el terciopelo de su tambor. El Señor de la Sentencia ha perdido -como cuando fallecieron Loreto y Muñoz Mayoral- otro de sus más devotos servidores, capaces, por su rostro, por su gesto, por su porte, de mantener viva la elegancia popular, la seria alegría y la amable reciedumbre que hicieron la grandeza de esta cofradía. Nadie se atreva hoy a decir que nadie es imprescindible. Porque ayer se murió alguien que encarnaba lo que quiero decir cuando digo Macarena.

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