Un Papa bajo el aguacero

No he encontrado mensaje mejor para salvar esta tempestad en forma de epidemia que el del Papa

Impresionaba la tarde de plomo que caía sobre la Plaza de San Pedro del Vaticano totalmente vacía, la misma que dicen fue pensada por su arquitecto precisamente para lo contrario, a modo de gran abrazo de la comunidad mundial, y el plano largo que nos regalaba la televisión, como de Sorrentino, recogiendo el andar dificultoso del papa Francisco atravesando bajo el incesante aguacero entre la columnata camino del impresionante altar sobre la piedra dispuesto ante el milagroso crucifijo de San Marcelo al Corso, que lleva grabado el nombre de los papas que recurrieron a su auxilio, y cuentan fue sacado en procesión en pleno Renacimiento para paliar la peste.

Y allí, desde aquella soledad buscada que ya era en sí misma una metáfora de estas horas de tribulación que vive el mundo casi sin excepción (el gran hecho diferencial de esta crisis es que ya no es el hombre quien se muestra débil, sino la propia humanidad en su conjunto, le leí al filósofo Javier Gomá el otro día), vino el Papa a hablarnos de tempestades, de desorientaciones, de miedos… y de esperanza. Siguiendo el hilo del emocionante pasaje del evangelio de Marcos, el Jesús más seguro en la popa del barco aguantando impertérrito las embestidas del mar en contraste con el pavor de los discípulos apretujados temblorosos en la proa, Francisco ahondaba con suavidad en las contradicciones de nuestro confortable estilo de vida del primer mundo desbaratado en un momento por esta tormenta de enfermedad, inseguridad y pobreza que de pronto amenaza nuestro bienestar.

Ignoro el seguimiento que la oración seguida de la bendición urbi el orbi y la indulgencia plenaria ha podido despertar en la gente, incluso la que no es creyente, pero sospecho que mucha, bastante más en cualquier caso que el escaso tratamiento que se le dio en las cadenas públicas, esas que se suponen son de todos (aunque depende de quién, por lo visto). Y posiblemente sea por el acierto de enfocar el problema desde su radical humanidad, lejos de los dogmas, fuera de las trincheras, poniendo el ejemplo en la cantidad de gente que "demuestra paciencia e infunde esperanzas", como a tantos que estos días aplaudimos por su labor, apelando como no podía ser de otra forma a la fe como asidero en estos tiempos de turbulencias. Y aunque no se tenga, no he encontrado mensaje mejor para salvar esta tempestad en forma de epidemia.

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