Que la Constitución española necesita una revisión es algo que parece evidente tras cuarenta años de una redacción consensuada en la que no quedó nada claro, por ejemplo, el modo en que se articula el Estado, donde reside la soberanía de la nación, cómo se garantiza la igualdad de todos los españoles ante la ley o la forma de preservar la separación del poder judicial del ejecutivo y el legislativo. Cualquiera de estos asuntos justificaría por sí mismo el poner en marcha el complejo mecanismo de una reforma constitucional. Sin embargo y a pesar de que nuestra democracia se está resquebrajando a ojos vistas, el actual gobierno solo estima conveniente proponer la reforma de la constitución para: "adaptarla a las necesidades de las personas con discapacidad". El artículo 49 dice: "Los poderes públicos realizarán una política de previsión, tratamiento, rehabilitación e integración de los disminuidos físicos, sensoriales y psíquicos, a los que prestarán la atención especializada que requieran y los ampararán especialmente para el disfrute de los derechos que este Título otorga a todos los ciudadanos". La "reforma" propuesta para un artículo, por lo demás, tan lleno de buenas intenciones como falto de presupuesto, consiste en abandonar, por fin, la denominación caduca y obsoleta de "disminuidos" para cambiarla por la de "personas con discapacidad". Cuando en otros apartados como la vertebración de la nación o la defensa del idioma común, la Constitución se define -o se interpreta- en trazo gordo, casi grosero, resulta sorprendente que hile tan fino a la hora de fijar la terminología que se debe usar con colectivos, por así decirlo, desfavorecidos por la madre naturaleza. Tarea peliaguda la de sostener que el término "disminuido" tenga mayores connotaciones negativas que "persona con discapacidad" salvo que se argumente que es el uso repetido de tal palabra lo que acaba convirtiéndola en irrespetuosa e, inevitablemente, acabará también con cualquier nueva denominación como ya en su día pasó con términos como: ciego, loco, cojo, negro, moro, enano o, no digamos nada, lisiado o subnormal; palabras ahora impronunciables, que hasta hace poco eran empleadas sin carga peyorativa alguna por personas, al menos, con la misma sensibilidad y delicadeza que aquellas otras que hoy se espantan si las oyen pronunciar. En el fondo nunca se llegará a un punto en que encontremos expresiones que nos sigan pareciendo aceptables después de un tiempo de uso. Para los exégetas de lo políticamente correcto, "discapacitado intelectual" terminará también siendo tan ofensiva como "disminuido psíquico" e incluso el novedoso término "campeón" (reciente eufemismo para desvalidos, acuñado a raíz una película sobre un equipo de baloncesto formado por discapacitados) acabará siendo ultrajante por reiterativo.

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