La esquina

José Aguilar

jaguilar@grupojoly.com

Pablo lucha por sobrevivir

Se critica que Podemos jalee las divergencias dentro del Gobierno. ¡Es de lo que se trata!: que se sepa quién es más social

No es por cabezonería, como le regaña cariñosamente la ministra Montero (María Jesús, no Irene). Ni por afán deliberado de deslealtad hacia el Gobierno de coalición al que tanto debe. Los continuos y crecientes desmarques de Pablo Iglesias con respecto a Pedro Sánchez y la estruendosa puesta en escena de estas divergencias obedecen a una estrategia que no es coyuntural. Irá a más con la legislatura.

Una estrategia de supervivencia. Las elecciones gallegas y vascas y todas las encuestas de los últimos meses han confirmado un miedo que Iglesias había albergado desde el minuto uno del pacto de coalición gubernamental de 2019, miedo basado en una amplia experiencia nacional e internacional: cuando los partidos coaligados tienen muy distinto tamaño e importancia, lo normal es que el pez grande se coma al chico. Casi es ley de vida.

Si todo se desarrolla con normalidad, será Pedro Sánchez quien, dentro de tres años, rentabilice los Presupuestos Generales recién aprobados y la estabilidad consiguiente, la compasiva Ley de Eutanasia, el hipotético final de la pandemia y la gestión de los ingentes fondos europeos para la recuperación. A Iglesias sólo le queda un recurso para sobrevivir: acaparar el protagonismo del avance social en el seno del Gobierno. Presentarse como el único paladín de las causas más populares (salario mínimo, desahucios, suministros a la gente vulnerable, pensiones) frente a los ministros socialistas, siempre reacios a desafiar la ortodoxia económica europea. A base de desahogada demagogia, como si las decisiones buenistas no tuvieran consecuencias en el empleo, la deuda o la vida de las empresas (¿por qué dejar el Salario Mínimo en 1.000 euros, por qué no decretar 1.500?).

Hay quien critica ingenuamente que Unidas Podemos haga públicas y jalee estas diferencias. ¡Pero es de lo que se trata! Importa que haya tensiones, pero importa más que se sepa que las hay. Que el electorado en disputa conozca al detalle quién es más progresista y defensor de la gente. Lo malo es que todo este teatro consagra la idea de que no existe un Gobierno, sino dos, condenados a enfrentarse conforme se acerquen unas elecciones. Y lo peor es que, ya puestos, las discrepancias manifiestas no se limitan a la órbita socioeconómica, sino que afectan a aspectos sustanciales de política nacional: la Jefatura del Estado, la articulación territorial de España o la acción exterior. No son bagatelas, precisamente.

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