Otoño

Ya no tenemos noticias de la agradable lluvia otoñal, esa lluvia pausada que se demoraba a lo largo del otoño

Los pantanos andaluces están casi vacíos, y aunque la previsión del tiempo anuncia lluvias -y el calor bochornoso lo confirma-, me permito sentirme escéptico. La lluvia parece haber desaparecido de nuestro mundo, y si aparece, no es en la forma civilizada de la llovizna generosa que empapa la tierra y despeja el aire y hace salir a los caracoles a ver mundo, sino en la forma violenta -wagneriana, casi- de las trombas de agua que inundan edificios y destruyen puentes y carreteras; o si no, en forma de furiosas granizadas que destrozan las cosechas y que hace unos meses incluso llegaron a matar a un bebé en el Ampurdán por culpa del impacto de una bola de diez centímetros. En cambio, apenas tenemos noticias de la agradable lluvia otoñal, esa lluvia pausada que llegaba en septiembre y que se demoraba a lo largo del otoño.

Hace dos semanas, caminando por el norte de Portugal, me sorprendió la imagen de unos lugareños que salían a la calle con el paraguas en la mano porque acababa de empezar a llover. Pero incluso allí, en zonas de clima atlántico, la gente se quejaba de la falta de lluvias y una señora nos contó que estaba a punto de secarse el manantial que suministraba el agua a su hotelito rural. Es cierto que uno de aquellos días llegó una borrasca, y tuvimos la suerte de caminar durante medio día bajo una lluvia copiosa que nos dejó empapados y chorreantes y que a punto estuvo de convertirnos en una de esas viscosas criaturas de Lovecraft que son medio pulpos y medio alienígenas. Pero tuvimos la suerte de experimentar un fenómeno que cada vez va a ser más raro entre nosotros: la lluvia incesante que llena los caminos de riachuelos y que inunda las calles y que no deja un solo sitio seco donde meter los pies. Recuerdo que de repente apareció una pareja de surfistas que volvían corriendo del agua con la tabla en la mano. Y mientras nos mirábamos bajo la lluvia -todos calados hasta los huesos-, nos sonreímos porque sabíamos que teníamos la suerte de vivir aquella catarata de agua que quizá no iba a repetirse en mucho tiempo. La lluvia que no paraba era una auténtica bendición a pesar de las molestias que nos estaba causando.

Pero nada de eso parece que vaya a ser posible aquí, en Andalucía, así que tendremos que conformarnos con este septiembre pegajoso, anodino y tan insoportable como las tediosas historias de un borracho. ¡Ay!

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