Fui testigo de algún mosqueo cántabro que Rubalcaba se pilló a cuenta de las declaraciones de Zapatero sobre Otegi. Es cierto que Jesús Eguiguren y el actual líder de Bildu intentaron uno de los posibles finales de ETA, pero Otegi nunca se arrepintió de su pasado terrorista ni pidió perdón a sus víctimas directas. Ni fue él quien convenció a ETA de su extinción, sino una combinación de las últimas operaciones de las fuerzas de seguridad del Estado y una amenaza final que quizás nunca se conozca. El último intento de Zapatero por ensalzar la figura política de Otegi es del viernes pasado (Antena 3). Se supone que así respalda el quilombo que Pedro Sánchez trata de levantar con personajes como el de Bildu y Josep María Jové, el negociador por parte de ERC, en cuya casa se encontró la libreta Moleskine donde había levantado acta del delirio independentista que condujo a la declaración de finales de octubre de 2017. Jové y Otegi comparten un objetivo político, la disolución del Estado español por segregación de sus partes, y una estrategia: tensionar en extremo para después negociar. Eso que tan bien ha explicado Quim Torra esta semana. Esto no son observaciones apocalípticas, los aliados del PSOE en este Gobierno (Podemos y ERC, ya veremos si Bildu) no creen en este país, y los dos últimos ya han intentado destruirlo.

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