Ola de calor

Resulta aterrador comprobar cómo se plantean entre nosotros los problemas de la política energética

Este verano no está siendo especialmente duro en cuanto a temperaturas, pero este fin de semana se nos echa encima una nueva ola de calor. Quien tenga memoria recordará las olas de calor de julio del 95 y las de agosto del 2003. En 1995 se alcanzaron los 46,6º en Córdoba y Sevilla y los 44,4º en Jerez. La ola de calor del 2003 no alcanzó temperaturas tan elevadas, pero se alargó durante casi todo el verano. En 2015 y 2017 hubo otras dos olas que también se alargaron mucho más de lo normal.

¿Quién puede vivir sin un ventilador o sin aire acondicionado? ¿Quién puede resistir estas olas de calor si no puede pagar la factura de la luz? Por eso mismo resulta aterrador comprobar cómo se están planteando entre nosotros los problemas de la política energética. El sector más ideologizado de nuestra sociedad -que ve en el cambio climático una excusa para introducir sus recetas económicas colectivistas y opuestas al libre mercado- nos repite que debemos cambiar nuestro modelo productivo y que debemos dejar de consumir. Y el sector más o menos progresista -con el PSOE a la cabeza- nos anuncia una nueva política energética eco-friendly y sostenible que será barata y eficiente y que obrará milagros, a pesar de que ahora mismo tenemos las tarifas eléctricas más caras de la historia. Y la derecha, por su parte, guarda un extraño mutismo o insinúa -con la boca pequeña- que habría que reintroducir la energía nuclear si queremos tener una energía limpia y barata al alcance de todos. Pero el problema es que no hay un debate serio y las posiciones que mantienen unos y otros son tan rígidas y tan dogmáticas que parecen feroces disputas teológicas. Los ecologistas identifican la energía nuclear con el demonio. La derecha identifica las energías renovables con el despilfarro y la ineficacia. El Gobierno se dedica a lo único que sabe hacer, que es el control de la propaganda y del relato. Y mientras tanto, las temperaturas suben y no sabemos cómo vamos a combatirlas.

En un asunto tan serio como éste convendría ser realistas. Hay que ser muy tonto para creer que la gente va a cambiar por arte de magia sus hábitos de consumo. Y además deberíamos tener en cuenta que la mayoría de emisiones de CO2 -las que están provocando el cambio climático- provienen de China y la India y otros países. Todo es muy complicado. Todo es muy confuso. Y así vamos.

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