Odio

Son momentos tan humillantes para los secesionistas que sólo les consuela un odio total y sin paliativos

El secesionismo en Cataluña aún puede provocar momentos muy amargos. Y va a resultar cada vez más difícil, desde fuera, comprender y aceptar que la clerigalla nacionalista continúe, sin miramiento alguno, odiando y denigrando al resto de los españoles. Ellos no serán muchos, solo unos cuantos miles de políticos y funcionarios, pero sí los suficientes para teñir cada nuevo día con un vaho de angustia e incertidumbre. Creen que han estado a punto de rozar los cielos y les han quitado ese gozo arcádico casi en el momento justo de alcanzarlo. Por tanto, no hay linimento que pueda compensar tanta frustración. O mejor dicho, sí existe uno: construirse un enemigo al que culpabilizar de todo. El rencor y el resentimiento se avivan aún más porque se ha fracasado por obra de aquellos mismos a los que se minusvalora y desprecia. ¿Cómo admitir tal descalabro de la supremacía catalanista? Y mientras perdure el recuerdo de la ofensa, se suspenderán los matices y todos los adversarios serán considerados enemigos totales, con los que no cabe reconciliación, y a los que, de ser posible, habrá que marcar y señalar (como ya lo hacen), mientras que los buenos patriotas podrán lucir orgullosamente el lazo amarillo de los elegidos. Este mismo espectáculo, no hay que olvidarlo, ya se estrenó en las calles europeas del pasado siglo.

Son momentos tan humillantes para los secesionistas que sólo les consuela un odio total y sin paliativos. El mismo que desprenden siempre todos los que buscan levantar fronteras lingüísticas y raciales, ungidos con la gracia de un pensamiento tan anoréxico y tóxico como rancio. Por eso, también cabría interpretar esta beligerancia acumulada, esta continua simpleza a la hora de difundirla, como una prueba de su propia debilidad. El odio es el único instrumento que queda cuando ya no hay ni ideas, ni nada que ofrecer. Y aunque, a veces, este odio duela al resto de los españoles, por venir de quienes viene, y valerse de argumentos tan inventados, también cabe considerarlo como el triste epitafio de una derrota: ya solo les queda odiar. Pero al detestar de una forma tan unilateral y rupturista, reconocen que han fracasado en su diatriba intelectual con el pensamiento español y europeo. Vayan como vayan las cuestiones políticas y jurídicas, todavía en juego, en lo que atañe a las ideas (no a las consignas y eslóganes) la contienda la han ganado las propuestas democráticas y constitucionales.

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