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¿Exigirá disculpas López Obrador a aquel México que inmoló a sus hijos en el ara de unos dioses cruentos y voraces?

Gracias a la iniciativa del presidente López Obrador, que ha solicitado formalmente que España y el Vaticano se disculpen por la invasión de México, España podrá iniciar una exitosa campaña de reclamaciones, en la que se exigirá a sus antiguos colonizadores, no sólo una cuantiosa indemnización, pagadera en la moneda de cada época, sino un sincero acto de contrición y un grave propósito de enmienda. Excluyendo a las tribus errantes del Paleolítico, demasiado quiméricas y dispersas, Felipe VI podría empezar exigiendo el perdón a fenicios, griegos, romanos y cartagineses, a vándalos, suevos, alanos y visigodos, al califato Omeya, a los vikingos que asolaron Sevilla en el 844, al ofensor inglés, a la Francia napoleónica, a los Cien Mil Hijos de San Luis, al desdichado Amadeo I de Saboya, reputado de gafe, y así hasta llegar, por ejemplo, a las tropas extranjeras que bautizaron sus armas en la Guerra Civil española.

Si hay algo que se deduce con claridad de la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España de Bernal Díaz del Castillo, libro extraordinario en tantísimos aspectos; si algo se infiere, digo, de esa crónica excepcional y deslumbrante, es que Cortés llegó a Tenochtitlán gracias a la ayuda entusiasta de las tribus vecinas, que querían zafarse del yugo azteca. Un yugo que no excluía, como sabemos, los sacrificios humanos, y cuya parte mollar consistía en comerse el corazón y los muslos del sacrificado. ¿Exigirá, pues, una disculpa el presidente López Obrador a aquel México precolombino que inmoló a sus hijos en el ara de unos dioses cruentos y voraces? Suponemos que no. El señor Obrador es más afortunado, porque España todavía existe y cabe reclamarle lo que crea oportuno. Pero, ¿qué Roma puede amonestar a la Sublime Puerta por la caída de Constantinopla, cuyas murallas arruinó la certera cañonería de Urban, un cristiano pasado al enemigo? ¿Y qué griegos se ofenderán hoy bajo la sombra inexistente del imperio Persa?

Bernal Díaz del Castillo, que se mostraba contrariado por la inexactitud del padre Las Casas y del cronista López de Gómara, sabe sin embargo que su hazaña, la de aquellos españoles escuálidos y menguados, era superior a las gestas de Alejandro Magno. No se trata, con todo, de ponderar aquí lances de guerra, viejos de cinco siglos. Se trata de recordar que ahí, en esa selva henchida y enemiga, nace el mundo moderno. Y que el señor López Obrador, no sin pesar, es uno de sus destacados hijos.

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