Objetivo Birmania

Lo que verdaderamente importa del viaje del Papa a Birmania es lo que tiene de interpelación hacia nosotros

El pasado domingo el Papa Francisco partió rumbo a la lejana Birmania, en viaje apostólico (más que viaje, aventura, declaraba hace poco un cercano colaborador) que incluye una segunda escala en la vecina Bangladesh. Se trata del viaje más complicado para este Papa misionero dentro de un Pontificado sustentado sólidamente sobre los pilares evangélicos de la caridad y la misericordia, y no sólo por el componente de riesgo personal que conlleva, sino por las vicisitudes diplomáticas que comporta. Tantas, que hasta el clero local le ha sugerido que tenga prudencia en sus intervenciones, y se guarde de pronunciar la palabra tabú.

Rohingya es el nombre de una etnia musulmana arrinconada en una parte del territorio, la cual viene siendo brutalmente asediada por el ejército birmano y ciudadanos armados que lo apoyan. Las crónicas hablan de quema de poblados, violaciones indiscriminadas y asesinatos masivos en lo que las principales organizaciones humanitarias han definido como una "limpieza étnica de manual". Esta situación ha provocado el éxodo masivo de desplazados a Bangladesh, más de quinientas mil personas marchando desoladas sin norte a cuestas con su pobreza, pero ni aquella ni Tailandia son firmantes de la convención de Ginebra sobre el Estatuto del Refugiado, por lo que estos desgraciados con mayúscula ni son reconocidos como ciudadanos dentro ni tampoco como refugiados fuera, confinándolos a la verdadera y dramática condición de apátridas sin derechos.

En nuestro primer mundo de prebendas y comodidades, donde hasta el último imbécil es capaz de encontrar a un segundo estado que lo proteja teniendo sus derechos ya suficientemente amparados por el primero, estas situaciones terribles que no entienden de iglesias ni confesiones, auténticos agujeros negros de la humanidad, no pasan de tercera noticia en un telediario. Por eso, más que la suerte de la valiente misión del Papa Francisco en su viaje-aventura, más incluso que el valor interreligioso y universal que supone la defensa a ultranza de los más débiles aunque profesen otro credo, lo que verdaderamente importa es lo que tiene de interpelación hacia nosotros, los que desde la comodidad de la televisión en la sala de estar contemplamos indiferentes las desgracias que les pasan a los otros, en las antípocas o incluso más cerca, sin que apenas quede un rastro de una incómoda conciencia adormilada.

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