Al sur del sur

Javier Chaparro

jchaparro@grupojoly.com

Nuevo orden con Marruecos

Es imposible disociar cualquier decisión en el ámbito de la política internacional de la guerra que se libra en Ucrania

La advertencia vino hace una semana por boca de una voz experta y bien relacionada con determinados círculos de poder: "Hay que estar muy atentos para que Ceuta y Melilla no se conviertan en moneda de cambio como consecuencia de la guerra de Ucrania". Esas palabras, que parecían entonces un tanto estrambóticas, han cobrado todo su alcance y sentido solo unos días después, con el reconocimiento por parte de España de la soberanía de Marruecos sobre el Sáhara occidental. El restablecimiento de relaciones diplomáticas con el régimen de Mohamed VI responde, en términos generales, a la necesidad de evitar que el norte de África se convierta para España en un hervidero de preocupaciones añadidas a las generadas por el conflicto bélico iniciado por Putin; en lo concreto, de lo que se trata es de poner a salvo el futuro y la soberanía de nuestro país sobre ambas ciudades.

La nueva posición de España sobre el Sáhara supone un giro total respecto a lo que había venido defendiendo hasta ahora, al menos en público y de forma oficial. Puede que la opción de que los saharauis se constituyan en un territorio con cierta autonomía dependiente de Rabat sea la más "seria, creíble y realista", pero deja a los pies de los caballos al Frente Polisario y abre un frente con Argelia, nuestro principal proveedor de gas natural. En breve regresará a Madrid la embajadora marroquí, pero ya se habrá marchado, llamado a consultas, su colega argelino.

El volantazo del PSOE no ha gustado ni a Unidas Podemos ni al PP de Feijóo, aunque por razones bien distintas: la izquierda más a la izquierda se siente traicionada por sus socios, presionada además por las voces internas que claman por una ruptura del Gobierno; la derecha cree que Pedro Sánchez da alas a la autocracia del monarca marroquí. No les falta la razón a ninguno, aunque tampoco al Gobierno de España, que ha antepuesto el interés nacional sobre cualquier otro, incluido el del pueblo saharaui.

A día de hoy es imposible disociar cualquier decisión en el ámbito de la política internacional de la guerra que se libra en el centro de Europa. En el nuevo orden mundial, cuando las bombas dejen de caer sobre Ucrania, el mapa geopolítico de alianzas será otro muy distinto al que hemos conocido. España, en definitiva y con su apoyo a Marruecos, se ha anticipado a un escenario en el que el expansionismo de Putin, si nada bueno lo evita, seguirá activo y estará en busca de nuevos socios.

El problema ahora, además de con Argelia, es el precedente que se genera. El paso dado por España le hace gastar una de las últimas balas que le quedaban en la recámara para negociar con Marruecos. Tres potencias del peso de Francia, Alemania y EEUU ya se habían pronunciado en favor de las posiciones del régimen de Mohamed VI en relación al Sáhara, pero nada garantiza a priori que cualquier día se repitan los asaltos a las vallas de las ciudades autónomas, que vuelvan a salir las pateras con migrantes desde las costas marroquíes -como hacen, por cierto y a diario, las lanchas rápidas cargadas de hachís-, que se corte el tráfico de pasajeros en el Estrecho o que los pesqueros españoles dejen de faenar en los caladeros norteafricanos.

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