Brindis al solpalmas y pitosCon la venia

Alberto González Troyano FERNANDO SANTIAGO

Novela e historiaEl apocalipsis

Andalucía es, sobre todo, producto y consecuencia de la memoria y conciencia que de ella conservan sus habitantesAhora se han dejado las canas, no por dejadez sino para reivindicar algún tipo de naturalidad

La lectura de unas novelas bien elegidas permite recorrer, paso a paso, las tierras andaluzas. Unos títulos sirven para desplazarse, con la imaginación, a lo largo y ancho de su geografía; otros, para conocer, por dentro, los conflictos de sus distintas clases sociales, o bien abren puertas para contemplar la vida en pueblos y ciudades, en épocas pasadas o recientes. Además, gracias al poder de evocación que conserva la novela bien escrita, esta recomendable peregrinación literaria puede hacerse sin moverse de un cómodo sillón, de la mano de una serie de novelistas que, desde mediados del siglo XIX, empezaron a difundir narraciones costumbristas y realistas, al mismo tiempo precisamente que Andalucía adquiría entidad regional propia. Casi puede decirse que la novela moderna y la invención de una cultura andaluza diferenciada surgieron a la par. ¿Pero por qué insistir tanto en que se emprenda ahora, en estos momentos, tal tarea? Porque Andalucía es, sobre todo, producto y consecuencia de la memoria y conciencia que de ella conservan sus habitantes. Y esa memoria (y la historia y la literatura que la alimentan) está cada vez más en camino de disolverse. Dado el triste y conflictivo panorama autonómico reinante en el país, las vivencias culturales y una conciencia combativa que las difunda son cada vez más necesarias. Y ante esta situación de deterioro y olvido, la novela es el único recurso al que puede acudir un andaluz para recuperar y mantener la memoria de su pasado. Aquellos libros de historia -escritos llenos de ilusión en los años setenta y ochenta del pasado siglo- capaces de remover el recuerdo de los viejos tiempos y recuperar los hechos y comportamientos que originaron la forma de vivir y la cultura andaluza, por desgracia se han visto obligados a recluirse casi exclusivamente en el mundo académico y universitario. No hay ningún interés institucional para fomentar su lectura. Y así, a grandes rasgos, en Andalucía ya sólo se mantienen vivas media docena de tradiciones, gracias al apoyo un tanto volátil del turismo y con el riesgo de un acartonamiento cada vez mayor. Por ello, esta insistencia en que cuando menos se lean novelas sobre Andalucía, como si se tratase de un último grito y refugio. Entrar en una biblioteca (quizás en la propia, en la que está en un estante olvidado), o, en una librería, moderna o de viejo, escoger un título que alimente la conciencia y la ilusión de que Andalucía aún existe, cuando menos en papel. Ese puede ser el último gesto de resistencia posible, ante una desidia que lo diluye todo.

Uno se da cuenta de que está cerca el fin de los días cuando entra en un vestuario masculino y es el único que no tiene las piernas y el pecho depilado. Cuando todos menos uno mismo tienen tatuajes y piercings es que ha llegado la edad provecta. Te das cuenta de que tienes contadas las horas si la mayoría han ido a Sevilla, Málaga o Turquía a hacerse un implante capilar, por si fuera poco con éxito. Es para preocuparse si uno lleva el mismo corte de pelo desde la primera comunión y ves a todos los que comparten vestuario con pelados de futbolista, al cero en los laterales y al uno en lo alto .Para qué contar si le prestas atención a que todos usan cremas y colonias, talla XXS para marcar pectorales, entonces vete pidiendo cita en el Mancomunado. Ya es la muerte inmediata cuando eres el único que usa slips mientras los demás llevan gayumbos a juego con la camisa y los calcetines, señal de que a ellos les espera alguna cita amorosa gracias Tinder, Meetic o cosas por el estilo. Es el momento de que te den el partido de homenaje solteros contra casados y retires tu camiseta. Tus colegas se fueron hace tiempo, nada más que quedan pibes postLogse. Los síntomas empiezan cuando te sientas en la terraza de El Balandro y dices: "Aquí estaba la terraza de El Anteojo", siguen si al llegar a la calle Ancha señalas donde estaba La Camelia, o al pasar por Beato Diego recuerdas El Baluarte, doblas la esquina y cantas el cuplé del bache Nicanor o recuerdas incluso cuando el PP hizo de la Peña Los Dedócratas su sede social, el lugar donde se hacían las listas. Es el momento de hacerse de El Ocaso y de ir a Cotorruelo o a Gutiérrez Alviz para dejar dispuestas las cosas, que nunca se sabe. Mientras los hombres se han vuelto presumidos, gastan tiempo y dinero en arreglarse el pelo o en ajustarse la dentadura, las mujeres llevan el camino contrario. Hace tiempo las mujeres hacían una reivindicación del lesbianismo llevando el pelo corto y sin teñir. El pelo blanco era una especie de bandera arco iris, que está muy bien. De ahí dio el salto al feminismo más recalcitrante cuando mujeres que llevaban todo la vida rubias o morenas resulta que era de bote, ahora se han dejado las canas, no por dejadez sino para reivindicar algún tipo de naturalidad, la edad o el rechazo al estupendo estereotipo femenino. Algunas mujeres con el pelo blanco y largo entradas en años están para darles una escoba, dicho con cariño. Hombres y mujeres llevan caminos divergentes: unos cada vez invierten más en su cuidado personal, otras rechazan maquillaje y tinte. Desde hace un tiempo para ir a la Barber Shop hay que pedir cita mientras vas del tirón a las peluquerías de mujeres . El fin del mundo está cerca ¡arrepentíos!

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