Negras leyendas

Si la retórica secesionista surte efecto es porque hay españoles acomplejados ante la mirada y opinión extranjeras

Los que se preguntan (es una cuestión muy actual en estos momentos) cómo pudo fraguarse en el pasado la leyenda negraque todavía arrastra España, pueden ahora mismo comprobar que se está llevando a cabo un intento similar: desde hace unos diez años miles de funcionarios, asesores y políticos separatistas catalanes, bien provistos de medios y de caudales públicos, se empeñan, sin reparos ni pudor, en dañar la imagen democrática de España. Con insistencia obsesiva, pregonan por doquier que Cataluña, una de las regiones económicamente más privilegiada de la península, es una víctima oprimida. Es una cínica forma de reclamar más privilegios. En el fondo plantean un claro chantaje: o bien aceptas nuestro juego, o propalamos por todas partes -con los recursos que proporciona manejar el dinero de todos- que la vieja y negra España aún pervive, reprime y condena. Esta nueva denuncia del independentismo, hecha, sobre todo, cara al exterior busca fundirse y confundirse con la opresión que la antigua leyenda negra ya denunciaba. Los secesionistas no se cansan de repetirlo: absolutismo borbónico, franquismo y el sistema democrático establecido en el 78, tres caras de una misma opresión y un mismo resultado: Cataluña sojuzgada. Las dos leyendas, pues, la vieja y la nueva, se ayudan, alimentan y potencian. Ambas igualmente inventadas, con un solo fin: dañar.

Pero si tal retórica surte efecto es porque todavía hay una parte de españoles susceptibles, acomplejados, por temor, ante la mirada y opinión extranjeras. Estos españoles arrastran, con sentimiento de culpa, un peso de siglos de fatigosa leyenda negra, como si se tratara de una mancha exclusiva, ineludible e imborrable. Ignorando que ese tipo de leyendas persigue también como una sombra maldita el pasado de cualquier país con historia. Muchos españoles no han aprendido, pues, a desentenderse de los prejuicios interesados que utilizan los otros. No saben que el sambenito de unos estereotipos negativos, crueles, persigue a todas las naciones, de una u otra forma. Son inevitables siempre que alguien los quiera inventar y usar, bien para debilitar al vecino o bien para justificarse a sí mismo. El problema, por tanto, de los separatistas catalanes no reside en el mal que puedan causar a la imagen exterior de la democracia española. Esa ofensiva siempre podrán a lanzarla si cuentan con dinero y buenos publicistas. Las leyendas basta con inventarlas. Lo importante es que no afecten más. No son creíbles cuando son sometidas a una exigente crítica. No deben preocupar, pues, en una democracia como la española.

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