Siempre ha habido necionistas. Lo sabían bien Giordano Bruno y Galileo Galilei, que tuvieron que defender sus teorías sobre el universo frente a los que se obcecaban en afirmar que el Sol giraba alrededor de la Tierra. Ambos lo hicieron a codazos intelectuales y el primero de ellos hasta con su vida. Lo sabían bien los médicos radiólogos que a principios del siglo XX comenzaron a utilizar los rayos X -entonces se les llamaban rayos Röntgen- para saber qué pasaba dentro del cuerpo de sus pacientes. Aquellos médicos utilizaban una tecnología nueva, tan escasa y costosa que difícilmente podían sufragarla permaneciendo en un mismo lugar. Debían viajar de una ciudad a otra, trasladando sus pesados equipos, para ofrecer temporalmente sus servicios desde consultas alquiladas o habitaciones de hotel. Por lo normal, colocaban un anuncio en la prensa -por eso lo sabemos- indicando sus días de estancia y sus precios. Y, a veces, no pocas veces, terminaban marchándose de algunas capitales de provincia sin haber atendido más que a una o dos personas. Aquello de que el cuerpo fuera atravesado por rayos invisibles y de que pudiera verse "lo de dentro" les parecía a los necionistas una tecnología antinatural, poco menos que satánica, y una argucia de los científicos para experimentar con seres humanos. Incluso llegaba a decirse que los nuevos rayos Röntgen tenían como misión secuestrar el alma.

Los necionistas siempre han existido. También rechazaron las primeras vacunas del siglo XIX o la posterior penicilina: antes que usar la medicina moderna, preferían colocarse una sanguijuela sobre los ganglios para "equilibrar sus humores". Los necionistas siempre han estado ahí para contradecir las evidencias de la ciencia y para anteponer a ella sus creencias, sus supersticiones y sus propios y diversos miedos. Los necionistas están hechos de esa materia caliginosa que se opone al conocimiento, a la innovación, a la ciencia, al cambio y al progreso. Se nutren de la desconfianza, la ignorancia y la conspiración, pero son capaces de hacerlos pasar por un falso naturalismo. Y esta materia oscura que los forma, en ocasiones, se adorna además con una buena dosis de egoísmo incívico. Cuando las decisiones de los necionistas nos afectan a todos, el problema necesariamente tiene que ser enfocado de otro modo. El amplio horizonte de la decisión y la libertad individual obligadamente se contrae cuando una sola persona puede causar un grave daño a todo un colectivo. En este punto, el necionista de las vacunas frente al covid-19 es como el conductor que transita por una autopista a 200 kilómetros por hora y en el sentido contrario de la marcha: pone en peligro nuestra vida y nos obliga a apartarnos bruscamente hacia el arcén.

Ya ven cómo pienso. Los llamo necionistas y no negacionistas, premeditadamente, porque más que negación, veo en ellos, sobre todo, necedad.

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