Nazareno sin cofradía

Este año las caras no tendrán ese tono como de púrpura que da la tensión por la espera

Hoy, como tantos, estaré allí a primera hora, cita anual que, más que para volver a reconocer los rostros conocidos que apenas vemos el resto del año, en realidad sirve para el reencuentro con uno mismo, con su pasado, con su memoria. Porque tiene mucho de familiar la concentración de personas en torno a las devociones de siempre, los recuerdos, el abrazo con el hermano que siempre fue a nuestro lado en el tramo. Como cuando los más viejos del lugar nos recuerdan con cariño a los que ya no están; cuando miramos arriba con renovada ilusión los espléndidos pasos que, ay, hoy no volverán a salir; o cuando, tempus fugit, vemos escrito nuestro nombre en la nómina de la cofradía cada vez más cerca del final.

Pero este año las caras no tendrán ese tono como de púrpura que da la tensión por la espera, ni habrá ajetreo de los sacrificados hermanos de siempre (¿qué sería de nosotros sin ellos?) trasladando enseres de un sitio para otro, ni tampoco atenderemos a los amigos que vienen a contemplar los pasos en la mañana radiante, como esos admirables cofrades de Cádiz que cada año nos demuestran el cariño y la sabiduría del nunca bien ponderado aquí capillita de fuera. Esta tarde tampoco habrá tres túnicas de capa en el salón deseando echarse a la calle para, atravesando el centro más bullicioso de la ciudad, alcanzar a duras penas la pequeña capilla. Ni se abrirá ningún portón que ahogue la espera con el rumor desenfadado de la bulla, para que salga la cofradía y veamos desde dentro el barco grande, plumas, olivo y tea, surcando la calle abajo en plenitud de cornetas y tambores como lo veíamos de niño, sólo un rato antes de que la candelería del paso de la Virgen de Regla deje prendida definitivamente la noche del Miércoles Santo.

Este año todo es distinto, extrañamente distinto, y la ausencia de cofradías en la calle es tan grande que ni las horas extras dedicadas por los esforzados priostes a la presentación de las imágenes pueden paliar esa sensación, entre el desgarro y la nostalgia, que nos deja la contradictoria visión de pandillas enteras de chavales guardando pacientes las largas colas que rodean las iglesias junto a las calles vacías. Sabemos y confiamos en que todo esto acabará, y a esa esperanza nos aferramos en la mirada compasiva de nuestras devociones, mientras vagamos por las calles con la orientación perdida. Como un nazareno sin cofradía.

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