Naufragio de ideas

La poderosa inercia de la economía, de los mercados y de los intereses de cada nación vuelve a regir en Europa

Si hay náufragos que perecen, en el Mediterráneo, sin apenas recibir auxilios, no debe olvidarse que su muerte ha sido precedida y preparada por otro triste naufragio: el de la idea de Europa. Se confirma así la impotencia de las reflexiones que pretendían realzar otra cara europea y sustentar otro tipo de convivencia. Durante un siglo, desde que acabó la Primera Guerra, en 1917, se ha llevado a cabo el experimento teórico se concebir unas formas de relación que excluyeran las pugnas nacionalistas causantes de tanto daño. La hecatombe de la Segunda Guerra aceleró la búsqueda de ideas capaces de alentar otros comportamientos, entre europeos, que no culminasen en terribles campos de batallas. A esta convocatoria -que lleva más de setenta años fomentándose- han acudido una amplia gama de intelectuales y escritores. Todos ellos atemorizados por el recuerdo de un pasado con millones de muertos y deseosos, por ello mismo, de concebir propuestas que alejaran para siempre la fatalidad de las hostilidades. Y, en efecto, esta producción teórica cuenta con un bagaje impresionante. Unos, por decisión espontánea, otros, estimulados por el ejemplo colectivo, pero como consecuencia cientos de pensadores han proporcionado, año tras año, libro tras libro, un inmenso escaparate de opiniones para que otra Europa fuera posible. En la misma España, Ortega fue de los primeros en suministrar creencias y valores que salvaran a Europa de sus demonios ancestrales.

Como se ha escrito tanto y han sido tantas las voluntades coincidentes en la necesidad de conjurar definitivamente los peligros, ingenuamente se había creído que esta nueva idea de una Europa fraterna ya estaba encarnada también en los corazones europeos. Si intelectuales muy dispares y de países no menos dispares proponían convencidos el ideario y el programa de una Europa solidaria, se podía confiar que, por una vez, la razón había ganado. Los antiguos antagonismos estaban superados. Pero esa ilusión apenas ha durado unas décadas: la Europa de la razón ha despertado de su sueño. Las buenas ideas son sólo ideas y han quedado arrumbadas como los papeles que las contenían. La poderosa inercia de la economía, de los mercados y de los intereses de cada nación vuelve a regir los destinos del continente. ¡Que pena!

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios