Cuando conocí a Sophie en una fiesta de graduación en Nueva York, quedé impresionado por su belleza. No en vano, había simultaneado sus estudios con el trabajo ocasional de modelo. Es una holandesa simpática e inteligente que, tras terminar su máster en Columbia, conoció al norteamericano John y tras contraer matrimonio, encarrilaron su vida profesional en un país africano. Allí fueron felices y tuvieron su primer hijo. Nuevas oportunidades de trabajo hicieron que establecieran su casa en Londres, donde ahora viven. La pandemia cogió a Sophie nuevamente embarazada y en las últimas semanas de gestación. La tarde se deslizaba plácida, en el aislamiento forzado, cuando ella notó un dolor repentino que ya conocía de la anterior ocasión. Al rato volvieron las punzadas a un ritmo cada vez mayor. No había duda, el bebé pugnaba por nacer.

El Sistema Nacional de Salud británico, el NHS tiene un reconocido prestigio por su eficiencia sanitaria. Cuando un azorado John llamó por teléfono a emergencias, le atendió una proba funcionaria que le aplicó el protocolo vigente. La multitud de preguntas y respuestas se sucedían, mientras la situación, se estaba convirtiendo en crítica, a ojos vista. Por dos veces, la telefonista dudó del parto inminente y entonces John, desesperado, decidió llamar a una ambulancia que se puso de inmediato en marcha, cuando le dijo que el neonato, ya asomaba la cabeza. John, como hijo de Matrona, sabía de lo que hablaba. Mientras tanto, el parto había alcanzado el punto de no retorno y el bebé ya estaba saliendo, cuando escucharon las sirenas de las ambulancias. Gracias a Dios, ya estaban allí los sanitarios. Esperando su entrada, pasaban y pasaban los minutos y allí no aparecía nadie. Los vecinos comentaron que estaban en la calle, enfundándose los equipos de protección contra el coronavirus. Cuando una suerte de astronautas, se colaron en el piso, todo fue bien y hasta tuvieron la gentileza de dejar que John cortara el cordón umbilical. Cuando la madre y la niña estuvieron estabilizadas, decidieron trasladarlas al Hospital de referencia. Como había dos ambulancias, en una metieron a la recién parida con la cría y en la otra montaron a John. Cruzando una Londres de calles desiertas, a toda velocidad y con las sirenas ululando, suspiró agotado por las emociones, mientras escuchaba al conductor decirle: "¡Que emocionante! Lo siento tío, me hubiera gustado ayudar más, pero es que yo soy Bombero". Cuando me lo contaron, recordé la vieja cantiga sefardí: ¡Oh qué nueve meses pasaste de estrechura! / mas te nació una hija con cara de luna / ¡Bendita sea la madre y su criatura!

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