Músicos callejeros

Alegran la vida de sus semejantes a cambio de poco dinero. Sin ellos, la calle es ruidosa y aburrida

Estaba con mi amigo el Dr. Brown y nuestras respectivas santas, pasando unos días en Cartagena de Indias, la bella ciudad colombiana que junto a La Habana y San Juan de Puerto Rico, son espejos de Cádiz, al otro lado del océano. Una tarde, tras visitar el Convento de San Francisco, hermoso caserón colonial hoy convertido en hotel de lujo, nos sentamos a tomar una cervecita, en la coqueta plaza del mismo nombre. Nos rodeó un grupo de músicos sexagenarios, que cantaban boleros con la maestría y dulzura con que lo hacen por aquellas tierras. Una guitarra, un requinto y unas humildes maracas eran el acompañamiento musical. El Dr. Brown y servidor, por ser viejos tunos con conocimiento cabal del repertorio, pronto nos vimos cantando con ellos, cosa que les agradó. Sacaron una pequeña tarjeta plastificada con las tarifas por hora de actuación y contratamos una hora. El tiempo pasaba, las cervezas seguían llegando para refrescar las gargantas y la tarde caribeña se hizo tibia noche en aquel jardín. Uno de nuestros amigos circunstanciales, marchó antes de tiempo. Los demás nos explicaron que había perdido recientemente a uno de sus hijos, en una emboscada de las FARC y cuidaba de su mujer que estaba muy mal. Aquel rato de varias horas juntos, aunque sólo nos cobraron la hora convenida, terminó con los abrazos de despedida, una buena propina y se fueron por el callejón, cantando aquello de: "por si acaso yo no vuelvo, me despido a la llanera…..". Todavía hoy, recordamos aquellos momentos como uno de los más bonitos que hemos vivido juntos. Dicen que las letras de los boleros, no son más que mentiras, pero yo no concibo esa razón.

Adoro la música callejera que es, con el sonido de las campanas, una especie de banda sonora de la ciudad. He seguido como los niños de Hamelín, las notas del "Viva la vida" de Coldplay, a través de las callejuelas de Granada hasta encontrar a un cuarteto de cuerda, formado por chavales del conservatorio, que la tocaban con brío. En Lucerna, la ciudad suiza a orilla del Cuatro Cantones, se celebra en verano un festival de músicos callejeros. Es una maravilla recorrer la ciudad, encontrándote con una chica rubia, como un querubín, tocando el oboe en una plazuela o a un hombre-orquesta, animando a la peña, en la zona comercial. Los músicos callejeros, alegran la vida de sus semejantes a cambio de unas pocas monedas. Te permiten hacer un alto en el ajetreo cotidiano y elevar el espíritu. Sin ellos, la calle es ruidosa y aburrida.

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