Cualquiera que haya tenido la suerte de pasear por Florencia, coincidirá conmigo en que la ciudad es un crisol de las bellas artes. Muchas veces deambulando por su casco histórico, he sentido que el libro de Historia del Arte que estudié en el bachillerato, cobraba vida en tres dimensiones. Les brindo dos momentos musicales.

En el Palacio Veccio se ha celebrado una maratón musical en honor de Juan Sebastián Bach al que sus organizadores llamaron Bach in Black. Durante ocho horas ininterrumpidas, en el escenario instalado en el bello Salón del Cinquecento, diversos intérpretes y orquestas, dieron un amplio recital del repertorio, en el que no faltaron los pianos, el oboe, el clarinete y el violín, como solistas. La gente entraba y salía respetuosamente, en silencio, iba a tomarse una copa o a cenar y volvía y tampoco faltaron los jartibles que no se movieron de la silla, ni para hacer aguas menores. Durante la interpretación de uno de los Conciertos de Brandemburgo sucedió un pequeño milagro. De repente se echaron al vuelo las campanas del Duomo y su sonido entró por las ventanas, engarzándose naturalmente con las notas del concierto. La armonía fue perfecta, como si el viejo Bach las hubiera incluido en el pentagrama. Hasta los Médicis, que se asoman pintados en un cuarterón del artesonado del techo, sintieron un escalofrío.

El Maggio Musicale Fiorentino es una de las sociedades musicales más reconocidas mundialmente. Su Orquesta dirigida por una mujer, Speranza Scappucci, interpretó en el Patio de Carruajes del Palacio Pitti, el Concierto en La mayor para clarinete y orquesta de W.A. Mozart, con la inestimable colaboración del virtuoso clarinetista Giovanni Riccucci. El concierto, comenzó bien pero cuando empezó a sonar el adagio del segundo movimiento que ya ha quedado grabado en la memoria colectiva, por la banda sonora de Memorias de África, la emoción se podía cortar. Créanme si les digo que a la interpretación del solista, respondió la orquesta con una delicadeza que estoy convencido sólo puede extraer una directora femenina, de la talla de la Scappucci. El público supo corresponder dedicándoles una larguísima ovación que obligó a bisar una parte del adagio. Otro momento inolvidable que se completó con la ejecución de la Sinfonía Italia, de Felix Mendelssohn-Bartholdy. Mientras, el cielo púrpura se fue obscureciendo, hasta que aparecieron las estrellas.

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