Tengo para mí que la obsesión del ser humano de levantar muros para defendernos de los demás, está en nuestro código genético. Recuerden, cuantas veces al dar un paseo en verano, por la orilla de la playa en la bajamar, se topan con chavales construyendo una murallita de arena con la ilusa intención de que cuando suba la marea, no se inunde su castillo. Muchas veces están acompañados de sus padres que le dan sabios consejos llenos de la experiencia, de los que también una vez fueron niños. En la pleamar, se pone de manifiesto la tesis de Robert D. Kaplan que en su interesante libro La venganza de la geografía, explica como los mapas, condicionan el destino de las naciones.

Existen muros erigidos para defenderse de posibles invasores. A lo bestia, construyeron su muralla los chinos, para hacer frente a los mongoles y demás tribus norteñas. 21 siglos de construcción y 21.200 kilómetros de largo, hacen que sea la única obra humana, que puede reconocerse desde el espacio. Los romanos en Britania, estaban hasta las narices de los pictos y durante el tiempo del emperador Adriano, edificaron un muro semipermeable que a la vez servía de defensa ante los belicosos ancestros de los escoceses y permitía el intercambio de mercancías. Inventaron con ello la frontera peatonal, puesto que por razones de seguridad nadie podía acercarse al muro, a caballo. Durante la época medieval, no había ciudad que no tuviera su castillo y sus murallas, algunas tan bellas como las de Ávila o Cartagena de Indias en ultramar.

En nuestros días la tendencia cambió y el muro de Berlín se hizo para que los ciudadanos no se escaparan del territorio, a la Alemania Occidental. El día de la caída del muro, los orientales volvían a sus casas con piñas de plátanos. No los veían desde hacía años. Los israelíes construyen el suyo en Cisjordania, en parte para defenderse de los ataques palestinos y en parte para proteger sus nuevos asentamientos. Ha habido también telón de acero y hasta uno virtual que los europeos hemos creado dándole dinero a Turquía para que nos frene a los refugiados. Ahora Trump quiere hacer otro murito con México y que lo paguen los mejicanos. Yo de ellos lo consentía, con una sola condición: que lo hiciera Calatrava. Sería precioso, pero ¿cuánto duraría?

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