¡Oh, Fabio!

Luis Sánchez-Moliní

lmolini@grupojoly.com

Muertemanía

El humor negro es la gran aportación hispana a la tanatocultura universal, más que El Escorial o las Postrimerías

Los periodistas de cultura con buen humor (algunos hay) suelen alardear de que las únicas noticias trepidantes que dan en sus secciones son los fallecimientos de los autores. Eso era antes, porque ya no hay área informativa que escape a la muertemanía. Es curioso el mundo en el que vivimos: intentamos ocultar la muerte real y próxima -la de los parientes y amigos- en tanatorios periféricos con estética inodora de NH, pero paseamos impúdicamente nuestro dolor por las redes y medios ante los fallecimientos de personas extrañas y lejanas a las que ni siquiera hemos saludado en alguna ocasión. Ya apenas vemos ataúdes saliendo de la parroquia del barrio, ni solemos leer las esquelas de los periódicos locales, ni acudimos a los funerales a no ser que se trate de alguien muy cercano, pero sin embargo estamos emitiendo continuamente señales de duelo por personajes que nos son totalmente ajenos, normalmente artistas, políticos, empresarios o deportistas cuya influencia en nuestras vidas solemos exagerar para justificar el exceso plañidero. El mundo global es también el del duelo global. Lo hemos visto recientemente con el accidente del jugador de baloncesto norteamericano Kobe Bryant, al parecer una leyenda deportiva cuya existencia desconocíamos hasta que la muerte, tan formal en estos asuntos, lo citó en un cerro del condado de Los Ángeles. En ese momento, nuestras pantallas se llenaron de su contundente rostro afro y asistimos a cómo personas de las que ignorábamos su afición al deporte de la canasta se mesaban las barbas ante "una muerte tan irreparable", como si todas no lo fuesen.

No hay nada nuevo en esta actitud. El ser humano siempre ha sentido fascinación ante los óbitos de los ricos y famosos. Pero lo novedoso es la ignorancia de la muerte más cercana, la que no es espectáculo, la real, la nuestra. Al mismo tiempo, nos intentamos consolar con la creencia de que la ciencia nos terminará salvando de ese tránsito, una superstición como otra cualquiera sobre la que John Gray, el antiguo asesor de Thatcher reconvertido en ensayista del anarcopesimismo, ha escrito lúcidas páginas. Por contra, olvidamos que frente a la muerte hay métodos que, si bien no la evitan, sí nos la pueden hacer más llevadera, pero siempre que le miremos a la cara. Están los consejos de los epicúreos reformulados por Montaigne o ese antídoto tan hispano que es el humor negro, nuestra gran aportación a la tanatocultura universal, más que El Escorial o las Postrimerías de Valdés Leal. Luego, una vez consolados, podemos entregarnos de nuevo al culto a los fiambres globales, los efímeros dioses mortales de nuestra época.

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