AFIRMAN los ingleses que tres mudanzas equivalen a un incendio. Sin embargo, no sé por qué habría que conceder precisamente a los ingleses el dogma de la infalibilidad. Una mudanza viene después de unas obras y unas obras, sean o equivalgan a un terremoto o a dos diluvios, sí que queman de verdad. Poniéndonos muy pesimistas, la mudanza sería, como mucho, la traca final de la catástrofe y lo que tiene de traca se compensa con creces por lo que tiene de final.

Yo, unas obras no se las deseo a nadie; ni a Magdalena Álvarez, ministra del ramo, la pobre. Una mudanza, en cambio, se la deseo a Zapatero y paralelamente a Rajoy, a los dos por igual, para que vean lo centrista y ponderado que me he vuelto.

De las obras hablaré otro día o jamás, pues no me gusta venir al periódico a llorar más de lo necesario, que en vista de los motivos que nos dan, nunca es poco. Toda mi experiencia en el sector de la construcción se resume en una enseñanza nítida: nunca más.

Con las mudanzas es distinto. Para empezar, al poeta Juan Manuel Macías se le ocurrió que una buena marca para empresa de mudanzas sería Heráclito S.L., en honor al filósofo presocrático que pensó que todo fluye. La broma culturalista de mi amigo tuvo su gracia y, sobre todo, es verdad: las mudanzas al menos se mueven. Las obras, no. Un nombre apropiado para empresa constructora podría ser Parménides S.A., en recuerdo del griego aquel que sostuvo que todo permanece estancado para siempre.

En concreto, mover la biblioteca ha sido un deporte de riesgo. Lo saben mis riñones. ¡Y luego dirán que leer es un hábito sedentario! Ha sido, además, sorprendente, como entrar en una librería, pero en barato. No recordaba que ya tuviese libros tan interesantes, y aún por abrir. Me he prometido ponerme al día antes de volver a asaltar cualquier mesa de novedades. A los Reyes Magos les voy a pedir los libros que ya tengo, o les pediré -para no dejar de soñar con la magia de Oriente- el tiempo para leerlos.

Lo más emocionante, con todo, han sido los altillos de los armarios. Cuántos regalos de boda que no habíamos vuelto a ver aparecieron de golpe. Hemos recuperado la ilusión de entonces, aunque ahora sin nervios. Qué bonito asociar a cada amigo con su regalo, que para eso mismo los hicieron.

Hay una última felicidad en una mudanza. Ninguna casa es pequeña viendo lo que cabía en ella. Como la nueva es algo más grande, tendremos espacio suficiente para acumular montones de cosas inútiles durante el resto de nuestras vidas. O sea, que mientras cargo cajas y más y más cajas pienso jubiloso que nunca tendré que meterme en obras, qué consuelo.

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