Tras los dos años de sometimiento al Covid-19, los grandes destinos turísticos empiezan a recuperar poco a poco a sus visitantes ávidos de componer selfis que poder colgar en su Instagram, Facebook o la red social que se tercie.

Lugares idílicos que durante el tiempo de la pandemia han estado irónicamente tal como nos los muestran en las promociones publicitarias, esto es, vacíos, vuelven a ser invadidos por muchedumbres que alteran precisamente aquello que los hace maravillosos: su virginidad y su exclusividad. Ya sea en la modalidad de naturaleza o en la cultural, los sitios de moda atraen en masa a la gente y así desde el Everest (con sus largas colas de escaladores esperando para hacer cumbre) a Islandia (donde el número de turistas es en determinados meses superior al de la población autóctona) o desde Venecia (con los cruceros vomitando su pasaje a intervalos regulares sobre la Plaza de San Marcos) a la Ciudad del Vaticano (donde no es precisamente una experiencia mística observar a Dios transmitiéndole a Adán un hálito de vida mientras casi te quitan la tuya un grupo de chinos que te machaca a codazos en medio de la Capilla Sixtina), la plétora de turistas se ha vuelto a extender por el mundo.

Pisa vuelve a ser -solo- esa torre inclinada que no cae porque sus visitantes lo impiden sujetándola en una repetitiva foto de recuerdo y la inaccesible ciudadela de granito en la cima de los escarpados precipicios de Machu Picchu que en 1911 asombró al profesor de Yale Hiram Bingham (arqueólogo que serviría de modelo para Indiana Jones) se ha convertido hoy en la Main Street de la Sudamérica turística.

Las zonas geográficas hasta hace poco inexploradas, aquellas que aparecían en blanco en los mapas antiguos con la leyenda de hic sunt leones ("aquí hay leones") y que fueron recorridas en medio de un sinfín de penalidades por gentes como los exploradores John Speke y Richard F. Burton (los descubridores de las fuentes del Nilo) son hoy visitadas por turistas que gozan del confort de modernos complejos hoteleros donde difícilmente un insecto se les introducirá en la oreja para anidar en ella (Speke) o una lanza les atravesará la mejilla y les romperá el paladar (Burton). Al contrario que el viajero que siempre está abierto a cambiar de planes y a integrarse en el entorno, el turista lo tiene todo planificado: visitas, comidas, alojamiento… y cualquier variación sobre lo contratado con el tour-operador le supondrá antes que una aventura, un contratiempo.

No existe demasiada diferencia entre el turista moderno y quienes preferimos ver esos paradisiacos lugares sentados en el sofá. Si ya es imposible emular a Cook, Humboldt o Livigstone es mejor verlos en la tele que comprobar in situ que los sitios que ellos descubrieron han muerto de éxito.

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