Arrecia el viento de Levante en Tarifa y las playas, hasta el día anterior repletas de bañistas, aparecen ahora completamente desiertas. Al atardecer y aprovechando la bajamar decido recorrer los Lances desde la isla de Las Palomas hasta la desembocadura del río Jara. La incomodidad de sentir los granos de arena que el viento proyecta contra mi cuerpo a modo de microscópicos proyectiles, se ve compensada con creces por la sensación de comunión con la naturaleza que experimento. La fauna autóctona de habitual ausente cuando la playa es invadida por casetas y sombrillas, aparece de repente con toda su belleza: chorlitejos y correlimos se mueven por la orilla en busca de alimento al ritmo que marcan las olas; bandadas de vencejos cafres se alzan en el horizonte mecidos por el viento y, a veces, hasta los milanos, los alimoches y las águilas pescadoras se atreven a mostrarse en vista de la sorprendente deserción de los humanos. Por un tiempo (el que dure el Levante), la playa vuelve a ser solitaria y salvaje, luciendo esplendorosa en el contraste entre el cielo azul tapizado de nubes, las tonalidades turquesas del mar y la blanquísima arena. Precisamente fue ese carácter inalterado y virginal lo primero que se perdió cuando el moderno turismo puso sus ojos en este litoral. La masificación desvirtuó tan paradisíaco entorno haciéndolo morir de éxito y así Los Lances, Valdevaqueros y, no digamos nada, Bolonia se han transformado en vulgares playas tipo Benidorm donde, a poco que el viento amaine, hacinadas muchedumbres lucharán a brazo partido por cada centímetro cuadrado de arena. El turismo de masas llega incluso al -en teoría- más inaccesible de los rincones del mundo, el Everest, donde hemos visto como un rosario de pseudomontañeros hacían cola para conquistar su cima… y dejar un cúmulo de basura entre papeles, latas, plásticos y residuos que adulteran un paraje que hasta hace nada se había mantenido impoluto. Algo parecido puede decirse, por ejemplo, de las ruinas del imperio inca en Machu Picchu, ocultas entre la maleza hace apenas un siglo y hoy invadidas por hordas de visitantes que transfiguran el lugar en una especie de centro comercial selvático, y qué decir de Petra, la ciudad perdida, cuya visión pudo costar la cabeza al explorador suizo que la rescató de la leyenda y que en la actualidad y gracias a Indiana Jones es una 'Disneylandia de piedra' para los jordanos.

Stephan Zweig ya lo vio claro en 1929 "Se instaura una nueva forma de viajar, el viaje en masa, el viaje por contrato, lo que yo llamo el ser viajado… no se viajará más, lo viajarán a uno. Mejor hacerlo al modo de nuestros antepasados, según nuestra voluntad y eligiendo los destinos: solo así se convertirá cada uno de nuestros viajes en un descubrimiento no solo del mundo exterior sino de nuestro propio mundo interior".

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