Entre los agasajados en 2018 con ocasión del Día de Andalucía está la historiadora malagueña María Elvira Roca, autora de un sugestivo y exitoso ensayo sobre la Historia de España titulado. "Imperiofobia y leyenda negra". Con un estilo ameno y sencillo que absorbe al lector como si de una (buena) novela se tratase, la profesora Roca define lo que es un imperio, nos describe sus peculiaridades y concluye que todos los que han existido han sido vilipendiados por sus enemigos cuestionando sus métodos y envileciendo sus logros. Apoyada en una sólida documentación y en un estructurado discurso nos expone los hechos, las ocultaciones y las manipulaciones que durante siglos han estado denigrando la grandeza del Imperio Español, al punto de que sin necesidad de la adjetivación de "española", todo el mundo entiende que la expresión "leyenda negra" está referida a nosotros. La autora sostiene que es gracias a mitos, tópicos y falsificaciones como se logra reescribir la historia al gusto de los oportunistas. Una cuestión realmente interesante si se piensa que, en gran parte, el relato de la actual España de las autonomías está urdido con los mismos mimbres. Andalucía, sin ir más lejos y a pesar de: "la rotunda y sólida identidad que ha forjado a lo largo de su historia" (según se recoge en el melifluo preámbulo de su estatuto), no apareció como tal hasta 1833 cuando durante la regencia de María Cristina de Borbón-Dos Sicilias, el secretario de Estado de Fomento, Javier de Burgos, realizó la división provincial y regional de España. Mediante una simple circular este ignorado político afrancesado creó un estado centralizado al modo de nuestros vecinos transpirenaicos. Hasta ese momento los antecedentes de Andalucía eran seis reinos históricos: Sevilla, Córdoba, Jaén, Granada, Algeciras y Gibraltar (estos dos últimos más nominales que efectivos). En el frustrado proyecto de Constitución Federal de la Primera República aparecen Andalucía Baja (Sevilla, Córdoba, Huelva y Cádiz) diferenciada de la Alta (Málaga, Granada, Almería y Jaén) y durante la Segunda República el ideal autonómico se frustró porque Granada, junto con Almería y Jaén, no se fiaban del neocentralismo de Sevilla y Huelva dudaba entre permanecer al margen o integrarse en Extremadura. Lejos de los tópicos, nuestra sólida y rotunda identidad nos la confirió en verdad el motrileño Javier de Burgos, el anónimo "padre" que la tergiversación histórica desplazó en beneficio del mítico Blas Infante, un converso al Islam que añoraba el paraíso perdido de Al Ándalus y cuya impuesta paternidad los políticos nos han hecho esquizofrénicamente congeniar con nuestra denominación de origen: "la tierra de María Santísima" y con el arrebatado fervor católico andaluz tan vehemente expresado a través de la Semana Santa, el Rocío e infinidad de celebraciones en honor de vírgenes y santos. Como dice Elvira Roca: "Muchos relatos de la historia se sustentan en ideas basadas más en sentimientos nacidos de la propaganda que en hechos reales".

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios